El Efecto Westermarck y el Complejo de Edipo: Una Perspectiva Evolucionista
Implicaciones de la Teoría de la Evolución Darwiniana sobre la Teoría Freudiana del Complejo de Edipo
Carlos
Andrés Naranjo Sierra es Psicólogo de la Universidad de Antioquia y
Publicista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Actualmente trabaja
como Psicólogo clínico e investigador a través del Centro de Estudios
de Psicología Evolucionista -PSICOSAPIENS.ORG-. Correo electrónico: naranjosierra@gmail.com
Antonio Vélez es Máster en Matemáticas de la Universidad de Illinois, escritor y divulgador científico. Entre sus obras está el reconocido libro “Del Big Bang al Homo sapiens” (Villegas Editores, 2006).
Antonio Vélez es Máster en Matemáticas de la Universidad de Illinois, escritor y divulgador científico. Entre sus obras está el reconocido libro “Del Big Bang al Homo sapiens” (Villegas Editores, 2006).
Recibido: 20 de Abril de 2009
Aceptado con Recomendaciones: 23 de Septiembre de 2009
Aprobado: 14 de Octubre de 2009
Referencia Recomendada: Naranjo, C. (2010). El Efecto Westermarck y el Complejo de Edipo: una perspectiva evolucionista. Revista de Psicología GEPU, 1 (1), 12 – 19.
Aceptado con Recomendaciones: 23 de Septiembre de 2009
Aprobado: 14 de Octubre de 2009
Referencia Recomendada: Naranjo, C. (2010). El Efecto Westermarck y el Complejo de Edipo: una perspectiva evolucionista. Revista de Psicología GEPU, 1 (1), 12 – 19.
Resumen:
El Complejo de Edipo plantea por definición, un deseo incestuoso innato
en el infante que es regulado por la norma cultural como introducción
al mundo simbólico del hombre. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis y
Claude Levi-Strauss, padre de la antropología estructural, construyeron a
partir de la regulación cultural del instinto incestuoso sendas
hipótesis que marcaron gran parte del pensamiento de las ciencias
sociales y humanas del siglo XX. Hoy, a 200 años del natalicio de
Charles Darwin, la teoría de la evolución es retomada por la psicología
evolucionista para explicar el psiquismo, no solo en el hombre sino
también en otros animales, con resultados sorprendentes y más
satisfactorios. Entre ellos el Efecto Westermarck, llamado así en honor
al antropólogo finlandés que lo descubrió, ha logrado demostrar
empíricamente que lo que hay por lo general en el infante no es un deseo
sino un desinterés o rechazo innato por la relación incestuosa.
Palabras clave: Psicología Evolucionista, Psicoanálisis, Etología, Efecto Westermarck, Complejo de Edipo, Incesto.
Palabras clave: Psicología Evolucionista, Psicoanálisis, Etología, Efecto Westermarck, Complejo de Edipo, Incesto.
“Estos
descubrimientos son especialmente perjudiciales para Freud, puesto que,
si Westermarck tiene razón, entonces la teoría del Edipo está
equivocada.”
- Frans de Waal
La
prohibición del incesto junto con la prohibición del asesinato y/o el
canibalismo, han sido una constante fundamental en el desarrollo de las
ciencias sociales para explicar el origen de la cultura o civilización.
Durante décadas, gran parte del psicoanálisis, la psicología, la
antropología y la sociología han elaborado varios de sus principales
constructos teóricos partiendo de la hipótesis de nuestra separación de
la animalidad a través de los mecanismos culturales para dar explicación
al pensamiento, las motivaciones, las emociones y el comportamiento del
ser humano. Sin embargo los estudios evolutivos de la etología, la
psicología comparada y la psicología evolucionista parecen desmentir
buena parte de estas hipótesis y abren un nuevo y prometedor camino para
reflexionar sobre lo que verdaderamente somos.
Desconociendo toda evidencia científica con la que se cuenta hoy al respecto, algunos académicos califican de determinismo biológico o de teoría decimonónica a la teoría de la evolución darwiniana para explicar al Homo sapiens; dicen haberla ya superado al punto de postular, como lo hace Alfredo Zenoni en el texto El Cuerpo del Ser Hablante (1986), que el psicoanálisis comienza donde termina el evolucionismo. De esto modo mirar a la naturaleza para explicar el ser humano seria algo inútil ¿Hipótesis? Muchas. ¿Pruebas? Ninguna consistente. La antinomia Cultura Vs. Naturaleza parece ser más fructífera en términos teóricos que prácticos.
Hablar de la particularidad del sujeto para contravenir los postulados biológicos es llover sobre mojado, pues es evidente que las experiencias y acontecimientos propios de la persona marcan una importante parte de su psiquismo pero nuevamente se debe recordar que no sería posible que estas marcas particulares existieran sin una biología que las posibilitara. También podría alegarse que la riqueza del lenguaje humano hace que sean irrelevantes los fundamentos biológicos y que el Edipo, y en consecuencia la estructuración del psiquismo, sólo tendría valor explicado a partir del universo simbólico del Homo sapiens pues una cosa es la realidad fáctica y otra la realidad psíquica. En este punto conviene recordar las palabras del propio Sigmund Freud (1900) cuando dice:
Ninguno de los descubrimientos de la investigación psicoanalítica ha provocado una oposición tan acerba, una negativa tan feroz ni unos malabarismos tan divertidos por parte de la crítica como esta referencia a las inclinaciones incestuosas infantiles, conservadas en lo inconsciente. En los últimos tiempos se ha querido incluso presentar el incesto, contra todo lo que indica la experiencia, como meramente ‘simbólico’. (Pág. 272)
El mito del padre de la horda primitiva (Freud, 1913) asesinado por sus hijos y cuyos reductos psíquicos supuestamente nos acompañan hoy a través del Complejo de Edipo, también podría tomarse como una simple novela para explicar un fenómeno psicológico tan común como el apego del infante por su progenitor, pero es el mismo Freud quien duda que este parricidio primitivo sea simplemente un hecho metafórico. Puede leerse en El Malestar en la Cultura:
Desconociendo toda evidencia científica con la que se cuenta hoy al respecto, algunos académicos califican de determinismo biológico o de teoría decimonónica a la teoría de la evolución darwiniana para explicar al Homo sapiens; dicen haberla ya superado al punto de postular, como lo hace Alfredo Zenoni en el texto El Cuerpo del Ser Hablante (1986), que el psicoanálisis comienza donde termina el evolucionismo. De esto modo mirar a la naturaleza para explicar el ser humano seria algo inútil ¿Hipótesis? Muchas. ¿Pruebas? Ninguna consistente. La antinomia Cultura Vs. Naturaleza parece ser más fructífera en términos teóricos que prácticos.
Hablar de la particularidad del sujeto para contravenir los postulados biológicos es llover sobre mojado, pues es evidente que las experiencias y acontecimientos propios de la persona marcan una importante parte de su psiquismo pero nuevamente se debe recordar que no sería posible que estas marcas particulares existieran sin una biología que las posibilitara. También podría alegarse que la riqueza del lenguaje humano hace que sean irrelevantes los fundamentos biológicos y que el Edipo, y en consecuencia la estructuración del psiquismo, sólo tendría valor explicado a partir del universo simbólico del Homo sapiens pues una cosa es la realidad fáctica y otra la realidad psíquica. En este punto conviene recordar las palabras del propio Sigmund Freud (1900) cuando dice:
Ninguno de los descubrimientos de la investigación psicoanalítica ha provocado una oposición tan acerba, una negativa tan feroz ni unos malabarismos tan divertidos por parte de la crítica como esta referencia a las inclinaciones incestuosas infantiles, conservadas en lo inconsciente. En los últimos tiempos se ha querido incluso presentar el incesto, contra todo lo que indica la experiencia, como meramente ‘simbólico’. (Pág. 272)
El mito del padre de la horda primitiva (Freud, 1913) asesinado por sus hijos y cuyos reductos psíquicos supuestamente nos acompañan hoy a través del Complejo de Edipo, también podría tomarse como una simple novela para explicar un fenómeno psicológico tan común como el apego del infante por su progenitor, pero es el mismo Freud quien duda que este parricidio primitivo sea simplemente un hecho metafórico. Puede leerse en El Malestar en la Cultura:
No
podemos prescindir de la hipótesis de que el sentimiento de culpa de la
humanidad desciende del complejo de Edipo y se adquirió a raíz del
parricidio perpetrado por la unión de hermanos. Y en ese tiempo no se
sofocó una agresión, sino que se la ejecutó […] Cabe permitirse ciertas
dudas. O bien es falso que el sentimiento de culpa provenga de las
agresiones sofocadas, o toda la historia del parricidio es una novela y,
entre los hombres primordiales, los hijos no mataron a su padre con
mayor frecuencia de lo que suelen hacerlo hoy. Por lo demás, si no se
trata de una novela, sino de una historia verosímil, se estaría frente a
un caso en que acontece lo que todo el mundo espera, a saber, que uno
se siente culpable porque ha hecho efectiva y realmente algo que es
injustificable” (Freud, 1929, pp.126-127).
Otro
problema está relacionado con la comprensión de las ideas de la teoría
de la evolución darwiniana. Ni el propio Freud, que en un principio
estuvo tan interesado en las ideas de Charles Darwin, parece que logró
comprenderla cabalmente. De ahí que se viera en la necesidad de
desarrollar otras hipótesis para poder hacer encajar el psicoanálisis
con lo que veía en su experiencia clínica.
La pulsión de muerte, por ejemplo, es perfectamente entendible desde la evolución, cuando se entiende por qué la psique humana valora recursos sociales intangibles lo suficiente para arriesgar la vida por ellos. Afirman Martin Daly y Margo Wilson (1988, p.16), psicólogos evolucionistas, en su libro Homicidio: “Si Freud, por ejemplo, hubiera entendido mejor la teoría evolucionista, todos nos hubiésemos ahorrado su vana postulación sobre la pulsión de muerte”. Posiblemente si Freud viviera, también estaría dispuesto a hacer lo que no han hecho muchos de sus seguidores: Reevaluar sus hipótesis en aras la evidencia, el amor a la ciencia y la razón.
La pulsión de muerte, por ejemplo, es perfectamente entendible desde la evolución, cuando se entiende por qué la psique humana valora recursos sociales intangibles lo suficiente para arriesgar la vida por ellos. Afirman Martin Daly y Margo Wilson (1988, p.16), psicólogos evolucionistas, en su libro Homicidio: “Si Freud, por ejemplo, hubiera entendido mejor la teoría evolucionista, todos nos hubiésemos ahorrado su vana postulación sobre la pulsión de muerte”. Posiblemente si Freud viviera, también estaría dispuesto a hacer lo que no han hecho muchos de sus seguidores: Reevaluar sus hipótesis en aras la evidencia, el amor a la ciencia y la razón.
Ahora
el modelo darwiniano de la evolución está siendo retomado por las
ciencias humanas, después de un largo período de olvido, para tratar de
aportar un nuevo punto de vista sobre la condición humana, ya no a
partir de la especulación hipotética sino a partir de la comprobación
empírica. Todavía a muchos les molesta la idea de que el ser humano sea
estudiado desde la perspectiva animal o se le compare con éstos, aunque
la biología todos los días nos recuerde con mayor ahínco que eso somos.
Obviamente nunca habrá una comparación perfecta entre especies pues cada
una tiene características particulares fruto de miles o millones de
años de evolución pero eso no contradice el principio fundamental de que
el problema es más de nivel de complejidad que de esencia.
Durante
décadas se ha buscado un límite claro entre la humanidad y la
animalidad a través del lenguaje y el universo simbólico que representa
la cultura. Para pesar de muchos los estudios recientes sobre primates
han revelado que ni el lenguaje ni la cultura parecen ser exclusivamente
humanos (Goodall, 1971. De Waal, 2001). Los primates demuestran
permanentemente y cada vez con mayor claridad que son capaces de la
utilización del signo lingüístico tanto en términos de significante como
de significado. Por supuesto que el nivel de desarrollo cognitivo del
ser humano es más sofisticado que el de las demás especies, pero no se
debe olvidar que esta sofisticación se da gracias a un cerebro con el
que nos dotó la misma naturaleza.
En
algunas escuelas de Estados Unidos está legalmente prohibido hablar de
evolucionismo, y parece que tácitamente también en algunas Universidades
latinoamericanas, ya que sus implicaciones son nefastas tanto para
doctrinas religiosas como para ideologías políticas. Dice Héctor Abad
Faciolince (2006) en su columna titulada La Condición Humana:
Para los religiosos hay una discontinuidad absoluta entre los animales y el ser humano, pues los hombres estaríamos dotados de un alma hecha ‘a imagen y semejanza’ de Dios, sin ningún parentesco con las especies llamadas inferiores, y por eso para ellos el estudio del alma se debe hacer con las herramientas de la fe, y no con las de la ciencia. Para muchos filósofos, al ser el hombre un ser racional y capaz de contradecir sus impulsos, no existe la tal ‘naturaleza’ humana, pues esta nos convertiría en autómatas programados. Para sociólogos y antropólogos, en general, al ser el hombre un animal social, lo que determina nuestras costumbres sería la cultura, la educación y no la biología. Estudiar al hombre como un ser natural que guarda en la terquedad de sus instintos y apetencias la memoria de un pasado adaptativo remotísimo (de cientos de miles de años, en los que le convino tener esos comportamientos) era considerado una blasfemia. (Pág. 47)
Para los religiosos hay una discontinuidad absoluta entre los animales y el ser humano, pues los hombres estaríamos dotados de un alma hecha ‘a imagen y semejanza’ de Dios, sin ningún parentesco con las especies llamadas inferiores, y por eso para ellos el estudio del alma se debe hacer con las herramientas de la fe, y no con las de la ciencia. Para muchos filósofos, al ser el hombre un ser racional y capaz de contradecir sus impulsos, no existe la tal ‘naturaleza’ humana, pues esta nos convertiría en autómatas programados. Para sociólogos y antropólogos, en general, al ser el hombre un animal social, lo que determina nuestras costumbres sería la cultura, la educación y no la biología. Estudiar al hombre como un ser natural que guarda en la terquedad de sus instintos y apetencias la memoria de un pasado adaptativo remotísimo (de cientos de miles de años, en los que le convino tener esos comportamientos) era considerado una blasfemia. (Pág. 47)
Sigmund
Freud (1913, p.104) y Claude Lévi-Strauss (1969, p.38) consideraron la
prohibición del incesto como la norma universal de las comunidades
humanas a partir de la cual se dio el paso definitivo que llevó al
hombre a separarse de la naturaleza. El incesto era lo natural, su
prohibición era lo cultural. En la reinterpretación que hace Freud de la
ley de Haeckel según la cual la ontogenia recapitula la filogenia en
términos psíquicos (no en términos embrionarios como afirmaba
originalmente Haeckel), se parte del hecho de que en el Complejo de
Edipo, la figura del Padre actúa como ese mandato cultural primitivo que
marca un límite a la libido infantil volcada sobre el progenitor del
sexo opuesto, por lo general, y le obliga a buscar su objeto de deseo
por fuera de su propia familia. Sin embargo investigaciones doble ciegas
en Israel y Taiwán, y estudios controlados en comunidades humanas
(Liberman, Tooby y Cosmides, 2002) han puesto en evidencia que el
comportamiento evitativo del Homo sapiens con respecto al incesto no
difiere significativamente de otras especies, incluidas especies
vegetales.
Tanto
en animales como en vegetales, la reproducción sexual ha procurado la
exogamia por regla general (aunque en la naturaleza siempre hay
excepciones a todas las reglas), pues todo parece indicar que la
reproducción sexual tiene claras ventajas sobre la reproducción asexual
para especies como la nuestra ya que aumenta la variabilidad del acervo
genético de la población disminuyendo así la probabilidad de ser
aniquilada por algún factor externo, lo cual es fundamental en especies
como los primates que tienen relativamente pocos descendientes y que
deben invertir altas cantidades de energía en la procreación y crianza
de los hijos.
Edward
Alexander Westermarck, antropólogo finlandés, de quien se desprende el
término Efecto Westermarck, por medio del cual se explican gran parte de
las relaciones familiares entre los seres humanos a partir del modelo
darwiniano de la evolución. Su afirmación central consiste en que tanto
en los mamíferos superiores como en el ser humano, la convivencia
durante los primeros años de vida trae como consecuencia la inhibición o
rechazo de las relaciones incestuosas. Por lo tanto es la naturaleza y
no la cultura la que favorece la evitación de la endogamia. Lo anterior
tiene profundas implicaciones sobre la teoría psicoanalítica del
Complejo de Edipo pues no sería entonces la norma o según los
Lacanianos, el Nombre del Padre lo que estructuraría al sujeto
separándolo del Deseo de la Madre y convirtiéndolo en Sujeto deseante,
sino que sería la misma biología la que procuraría que esta separación
se diera en aras de la diversidad genética, evitando de paso la suma de
defectos genético y favoreciendo la supervivencia de la especie.
Westermarck
no compartía la creencia de que nuestros antepasados, a los que Freud
(1913, p.11) llamara salvajes o primitivos en Tótem y tabú, realizaran
conductas sexuales incestuosas que sólo lograron coartar después de
muchos conflictos mediante la creación de un contrato social.
Westermarck veía a la familia como una unidad reproductiva organizada
desde mucho tiempo atrás y proponía que las asociaciones tempranas
dentro de esta unidad, tales como las que se dan entre padres e hijos y
entre hermanos, eran las que mataban el deseo sexual. Según esto, los
individuos que crecían juntos desde una edad temprana desarrollaban una
aversión sexual mutua. La propuesta de Westermarck se basaba en que este
comportamiento había evolucionado con un valor adaptativo obvio: evitar
los efectos deletéreos de la endogamia.
Dice Frans De Waal (2001), famoso primatólogo holandés, en su libro El Simio y el Aprendiz de Sushi:
Dice Frans De Waal (2001), famoso primatólogo holandés, en su libro El Simio y el Aprendiz de Sushi:
En
el estudio a mayor escala realizado hasta la fecha, Arthur Wolf, un
antropólogo de la Universidad de Stanford, pasó toda su vida examinando
las historias maritales de 14.402 mujeres de Taiwán en un ‘experimento
natural’ que dependía de una peculiar costumbre china relacionada con el
matrimonio. Las familias chinas solían adoptar y criar a niñas pequeñas
para convertirlas en futuras nueras. Esto significaba que desde la
infancia crecían con el hijo de esa familia, su futuro marido. Wolf
comparó los matrimonios resultantes de esas uniones con los de hombres y
mujeres que no se conocían antes de la boda. Por suerte para la
ciencia, se guardaron los registros oficiales durante la ocupación
japonesa de Taiwán, y estos registros proporcionan información detallada
sobre las tasas de divorcios y el número de hijos, variables que Wolf
utilizó como medidas de felicidad marital y actividad sexual
(respectivamente). Los datos respaldaron a Westermarck: la asociación
durante los primeros años de vida parece poner en peligro la
compatibilidad marital. (Pág. 284 – 285)
Otros
estudios anteriores realizados en los kibbutzim israelíes descubrieron
que los niños generalmente no tienen relaciones sexuales ni se casan con
otros niños con los que no están emparentados pero con los que se han
criado en el mismo grupo de edad. Es como si la naturaleza hubiera
dotado al ser humano con un algoritmo psicológico para identificar a su
familia basado en los primeros años de convivencia, debido al excesivo
costo evolutivo que implicaría generar otro tipo de instrumento natural
que le permitiera identificar los propios genes en los demás. Por lo
tanto el mandato natural que llevamos dentro, en situaciones normales
debe decir algo así como: “tu familia son aquellos con quienes convives
los primeros años, procura no reproducirte con ellos”.
Surge
entonces una importante pregunta para esta visión evolutiva ¿Por qué
prohibir aquello que naturalmente no se da? Aparentemente no tendría
sentido prohibir algo tan poco natural como comer rocas o meter las
manos al fuego pero al entrar a mirar con más detenimiento el asunto, se
pueden ver que varias explicaciones plausibles. Dice Antonio Vélez,
matemático y divulgador científico, en su libro Homo Sapiens (2006):
A
nadie se le ocurriría prohibir lo que natura misma prohíbe, aseguran
muchos pensadores, para descartar así la idea de un rechazo natural al
incesto. Sin embargo, puede probarse un teorema de carácter general que
contradice la afirmación anterior; es decir, que la cultura a veces sí
prohíbe explícitamente lo que naturaleza prohíbe implícitamente. El
teorema puede enunciarse de este modo: cuando existe un fuerte mandato
de origen genético o biológico, y por tanto universal, entonces es
probable que se genere una contrapartida cultural que lo refuerce. (Pág.
533)
Al
estudiar el Código penal Colombiano se encuentran otras tantas
prohibiciones contra lo que podría calificarse como natural. No es muy
común que alguien decida darle muerte a miembros de la propia familia,
salvo situaciones particulares (Daly y Wilson, 1988) al igual que sucede
con la presencia del incesto, sin embargo asesinar a cualquiera
familiar constituye un agravante no sólo en términos sociales sino
también penales. El capítulo segundo del Código Penal Colombiano que
trata sobre el homicidio, dice:
ARTÍCULO
104 - Circunstancias de agravación.- La pena será de veinticinco (25) a
cuarenta (40) años de prisión, si la conducta descrita en el Artículo
anterior se cometiere: En la persona del ascendiente o descendiente,
cónyuge, compañero o compañera permanente, hermano, adoptante o
adoptivo, o pariente hasta el segundo grado de afinidad.
Del
mismo modo habría que preguntarse por el suicidio, que estuvo
penalizado durante años en la legislación colombiana (y aún lo está en
varios países) y la homosexualidad que se tipificó como delito en tantas
naciones a pesar de que la inmensa mayoría de la población mundial es
de orientación heterosexual. Si nos basamos en la lógica de que no tiene
sentido legislar sobre algo que naturalmente no se esperaría, entonces
tampoco tendrían sentido algunas de estas leyes que por demás y
afortunadamente han ido cambiando en aras de no considerar como delito
aquello que escapa a la generalidad.
También podría esperarse que algunos de los individuos de la población escapasen a la regla general o la normalidad (las llamadas “colas” de la campana de Gauss) por lo cual las comunidades mostrarían su rechazo al acto violatorio por medio de su legislación. Dice Westermarck (1903): “La ley expresa el sentimiento general de la comunidad y castiga los actos que a ella disgustan: pero no nos dice si la inclinación a cometer el acto prohibido se da en la mayoría o en unos pocos” (p. 319). Hay una tendencia humana, poco adaptativa para nuestros tiempos, a sancionar a las minorías y considerarlos anormales.
También podría esperarse que algunos de los individuos de la población escapasen a la regla general o la normalidad (las llamadas “colas” de la campana de Gauss) por lo cual las comunidades mostrarían su rechazo al acto violatorio por medio de su legislación. Dice Westermarck (1903): “La ley expresa el sentimiento general de la comunidad y castiga los actos que a ella disgustan: pero no nos dice si la inclinación a cometer el acto prohibido se da en la mayoría o en unos pocos” (p. 319). Hay una tendencia humana, poco adaptativa para nuestros tiempos, a sancionar a las minorías y considerarlos anormales.
El
Efecto Westermarck plantea serios cuestionamientos sobre Complejo de
Edipo y lo que se ha dado por sentado durante muchos años en las
ciencias sociales y humanas con respecto a lo innato y lo adquirido. Sin
embargo este parece ser sólo el comienzo de un sinnúmero de
implicaciones que comenzarán a aparecer conforme avanza la ciencia y
descubre nuevas evidencias de nuestra naturaleza y su relación con las
demás especies vivas del planeta.
Referencias
Abad, H. (2006). La condición humana. Revista Semana, 1288, 47.
Abad, H. (2006). La condición humana. Revista Semana, 1288, 47.
Barkow, J.W.; Cosmides, L.; & Tooby, J. (1992). The Adapted Mind. Evolutionary Psychology and the Generation of Culture. Oxford, Oxford University Press.
Daly, M.; & Margo, W. (1988). Homicidio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
De Waal, F. (2001). El simio y el aprendiz de sushi. Barcelona: Paidós.
Freud, S. (1900). Obras completas. La interpretación de los sueños. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (1905). Obras completas. Tres ensayos de teoría sexual. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (1913). Obras completas. Totem y Tabú. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (1913). Obras completas. Totem y Tabú. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (1929). Obras completas. El malestar en la cultura. Buenos Aires: Amorrortu
Lieberman, D.; Tooby J.; & Cosmides, L. (2002). Does morality have a biological basis? The Royal Society, published on line. Recuperado el 26 de febrero del año 2003 en www.psych.ucsb.edu/research/cep/papers/incest2003.pdf
Vélez, A. (2006). Homo sapiens. Bogotá: Villegas (1ª edición).
Lévi-Strauss, C. (1969). Las estructuras elementales del parentesco. Barcelona: Paidós.
Westermarck, E. A. (1903). The History of Human Marriage. New York, USA Elibron Classics, Adamant Media Corporation.
Zenoni, A. (1998). Le corps de l'être parlant. De l'évolutionnisme à la psychanalyse. Paris. 2ème édition. De Boeck Université.
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