La violencia que mata a las mujeres en Tamaulipas, México
Diana Lizeth Alcázar-Zapata, Ricardo Hernández-Brussolo
& Anel Hortensia Gómez
Universidad Autónoma de Tamaulipas / México
Diana Lizeth Alcázar-Zapata. Licenciada en
Psicología, pasante de la Maestría en Psicología Clínica y de la Salud. Unidad
Académica de Trabajo Social y Ciencias para el Desarrollo Humano, Universidad
Autónoma de Tamaulipas (UAT). E-mail: dianis_amour27@hotmail.com
Ricardo Hernández-Brussolo. Licenciado en Psicología,
pasante de la Maestría en Psicología Clínica y de la Salud. Unidad Académica de
Trabajo Social y Ciencias para el Desarrollo Humano, Universidad Autónoma de
Tamaulipas (UAT). E-mail: ricardo.brussolo@hotmail.com
Anel Hortensia Gómez San Luis. Doctora, maestra
y licenciada en Psicología, por la Facultad de Psicología de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM). Catedrática del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología CONACYT-UAT. Miembro del sistema Nacional de Investigadores (SNI)
Nivel 1. E-mail: anelgomezsanluis@gmail.com
Recibido: 25 de Mayo de 2017
Aprobado: 16 de Octubre de 2017
Referencia recomendada: Alcázar, D.,
Hernández, R., & Gómez, O. (2017). La violencia que mata a las mujeres en
Tamaulipas, México. Revista de Psicología GEPU, 8 (2), 107- 119
Resumen: La violencia ha estado presente desde
el inicio de la humanidad como una forma de dominación. En el caso de la
violencia de género, las mujeres han sido victimizadas simplemente por ser
mujeres. El presente documento es una aproximación a los homicidios de mujeres
en Tamaulipas, que se ubica como el tercer estado en México con la mayor tasa
de incidencia. El objetivo es describir el fenómeno y esbozar su comprensión,
una comprensión que nos urge como sociedad, pues la violencia perturba no sólo
al individuo que la sufre, sino también al entorno. En este artículo se
analizan las diferencias entre homicidio y feminicidio, y se estudian las
estimaciones estadísticas de la violencia que mata a las mujeres en Tamaulipas.
El análisis revela que la violencia que mata a las mujeres en Tamaulipas
proviene de sus propios hogares y particularmente de sus parejas. En un
contexto de violencia, inseguridad y crimen organizado, las mujeres están en
riesgo latente, tanto en los espacios públicos como en los espacios privados
donde habitan.
Palabras clave: Violencia, feminicidio, salud.
Abstract: Violence has been present since
the beginning of humanity as a form of domination. In the case of gender
violence, women have been victimized simply because they are women. The present
document is an approximation to the homicides of women in Tamaulipas, which is
located as the third state in Mexico with the highest incidence rate. The
objective is to describe the phenomenon and sketch its understanding, an
understanding that urges us as a society, because violence disturbs not only
the individual who suffers it, but also the environment. This article analyzes
the differences between homicide and femicide, and the statistical estimates of
violence that kill women in Tamaulipas are studied. The analysis reveals that
the violence that kills women in Tamaulipas comes from their own homes and
particularly from their partners. In a context of violence, insecurity and
organized crime, women are at risk, both in public spaces and in the private
spaces where they live.
Key
words: violence,
feminicide, health.
Introducción
La violencia ha estado presente desde el inicio de la
humanidad como una forma de dominación, y en el caso de la violencia de género,
las mujeres han sido sobajadas por ser culturalmente consideradas como sexo
“débil”. El presente documento es una aproximación inicial a los homicidios de
mujeres en Tamaulipas, que se ubica como el tercer estado en México con la
mayor tasa de incidencia, después de Chihuahua y Guerrero (Centro de Estudios
para el adelanto de las mujeres y la equidad de género, 2014).
La violencia ha captado la atención de diversas
disciplinas, en áreas sociales como antropología, historia y sociología; en
lo legal y en áreas de la salud, como son la medicina, la psiquiatría y la
psicología (Delgado, 2008). Para los filósofos modernos la violencia es disímil
a la cultura. Sin embargo, para los marcos teóricos que cavilan en lo social
como fenómeno y no como sumatoria de individuos, se invierte la correlación
entre violencia y cultura, transformando la interpretación de la realidad
sustancialmente, debido a que para alcanzar la civilización, la cohesión social
y hasta la dominación por medio de la violencia simbólica, la violencia se
convierte en parte de un proceso de la cultura (Carabajal, & Fernández,
2010); es decir, un proceso generado por la cultura, pero al mismo tiempo dador
de cultura.
Esta relación casi inherente entre cultura y violencia, no
sorprende si recordamos que la ocurrencia de la violencia se observa desde los
mismos orígenes del ser humano (Ramírez & Núñez, 2010), y a lo largo de
toda su historia. Por ejemplo, durante la colonización de América se emplearon
mecanismos con tintes sangrientos que dejaron muestras de una inminente
agresividad no regulada por la presencia de instituciones mediadoras
(Carabajal, & Fernández, 2010).
Siendo los seres humanos inminentemente sociales, somos
también producto y reproductores de cultura, pero no existe un factor causal
que explique por qué una persona se comporta de forma violenta y otra no
(Jiménez & Zambrano, 2011). Pese a esto, Osorio y Ruiz (2011) sostienen que
es una conducta aprendida; y de esta forma, Jiménez-Bautista (2012) define al
ser humano como conflictivo por naturaleza, pero violento por educación y
cultura; colocando a la violencia como un fenómeno típicamente humano, biológicamente
gratuito, pero psicológicamente voluntario.
La palabra violencia, etimológicamente, proviene del latín
vis que significa fuerza o hacerlo a la fuerza (Guerrero, 2011). Tal sustantivo
conduce a verbos como violentar, violar o forzar; de esta aproximación
semántica se puede entender que la violencia implica el uso de la fuerza para
causar daños (Monroy & Abelino, 2013; Ramírez & Núñez, 2010). Así, la
intención focal es ejercer control sobre otra persona, basándose en relaciones
asimétricas y fundamentadas en una postura inequitativa de poder, sujeta al
proceso de aprendizaje y socialización que la estructura da al individuo
(Jiménez & Zambrano, 2011).
La violencia evoca la desigualdad e inequidad que surge
entre quien la ejerce y quien la padece, comprometiendo a cualquier conducta
activa o pasiva que dañe o tenga la intención de dañar, herir o controlar
(Cienfuegos, 2010). También, se puede entender como el resultado de un proceso
de constante desorganización social (Arteaga, 2003), lo que lleva a la
existencia de un desequilibrio, que es visto como la condición de la violencia;
evidenciando una inestabilidad de poder, que puede ser determinado
culturalmente o por el contexto, o bien producido por tácticas interpersonales
de control (Jiménez & Zambrano, 2011).
De acuerdo con Ramos (2008), las modalidades en que la
violencia se revela son, la violencia manifiesta pura (actos violentos físicos
como golpear o pelear, decir cosas negativas de los demás, etcétera), la
violencia manifiesta reactiva (se origina como reacción a una actitud violenta
previa, por ejemplo: amenazar, pegar o dañar); y la violencia manifiesta
instrumental (que se forja para conseguir algo que se quiere).
Las formas de la violencia, de acuerdo a las
características de quienes cometen el acto, se ramifican en: violencia
autoinflingida (comprende comportamiento suicida, autolesiones,
automaltrato y automutilación), violencia interpersonal (se divide en:
violencia familiar o de pareja, y violencia comunitaria) y violencia colectiva
(cometida por grupos más grandes de personas o por el Estado) y se subdivide
en: social, política y económica (Espín, Valladares, Abad, Presno & Gener,
2008). Por otra parte, la tipología que muestra la naturaleza de los actos
violentos, se cataloga en: violencia física, psicológica, sexual y económica
(Castro & Casique, 2010; Monroy & Abelino, 2013).
Con el pasar del tiempo, la violencia se ha vuelto más
sangrienta (Moreno, 2011). En el sentido tradicional de su comprensión no ha
sido establecida como una enfermedad, dado que el elemento etiológico-biológico
es la regla esencial para su adscripción; en cuanto al sentido social, compone
un problema de salud y un factor de riesgo psicosocial, debido a la dimensión
del daño, invalidez o muerte que pudiera provocar, con múltiples repercusiones
diversificadas en el plano social, psicológico y biológico (Espín, et al.,
2008).
La magnitud que la violencia ha alcanzado es tal, que
millones de personas mueren cada año por causas acreditables a la violencia,
siendo que la mortalidad solo personifica la parte más visible, ya que por cada
muerte violenta se producen decenas o cientos de lesiones de diversa gravedad
(Espín, et al., 2008). La muerte es una de las manifestaciones más extrema e
infrecuente de la violencia, porque generalmente las victimas sobreviven de
esta y la comprensión de las alteraciones en la salud de los supervivientes,
representa un reto para los expertos de la salud al medir el impacto total de
la violencia (Larizgoitia, 2006). Esto crea un costo físico, emocional y
económico, por ejemplo el maltrato psicológico continuado, con
consecuencias muy graves en la salud mental de la víctima (Blázquez, Moreno
& García-Baamonde, 2010). Las agresiones físicas en cambio, pueden provocar
un espectro de alteraciones corporales y funcionales, así como desencadenar
sintomatología psicológica (Larizgoitia, 2006).
La violencia no es objeto de estudio exclusivo de una sola
ciencia, por ejemplo a la psicología le incumbe el comportamiento, la persona,
la psique; así como de la violencia, sus causas, consecuencias, las dinámicas
de sus manifestaciones, las dimensiones, su significado y sentido (Ávila,
2013). Puesto que constituye un problema de salud y puede ser el factor de
riesgo de muchas enfermedades, la medicina se enfoca en lo concerniente a las
repercusiones físicas de la violencia. Mientras tanto, los filósofos se
interesan en la relevancia de la violencia simbólica (Hernández, 2010). Así,
cada especialista y cada ciencia suele tomar un enfoque o un interés particular
al abordar la violencia. Por ejemplo, Carabajal (2010) realiza un análisis
lingüístico del concepto de la violencia y observa el conjunto de creencias que
son manipuladas y controladas por medio de retóricas del discurso que encubren
formas de dominación y alienación de los individuos, para hacer detonar la
condición humana oprimida en conductas violentas.
Así como la violencia es abordada por múltiples disciplinas
científicas, también se han creado diversas teorías para explicar su
concepción, secuelas, manifestaciones, entre otras. Éstas se pueden distinguir
en dos clases: las teorías activas o innatistas y las reactivas o ambientales.
Las teorías activas o innatistas la contemplan como un componente
orgánico en las personas, que es elemental para su proceso de adaptación;
las principales son la teoría genética, la teoría etiológica, la teoría
psicoanalítica, la teoría de la personalidad, la teoría de la frustración y la
teoría de la señal-activación. Las teorías reactivas o ambientales destacan la
influencia del medio ambiente y la relevancia de los procesos de aprendizaje en
la conducta violenta del ser humano; las principales corrientes teóricas son la
teoría del aprendizaje social, la teoría de la interacción social, la teoría
sociológica y la teoría ecológica (Ramos, 2008).
Las diferentes teorías ambientales que buscan comprender o
explicar la violencia se distinguen en la cuantía que le atribuyen a distintos
factores psicológicos, relacionales, sociales y culturales (Alencar-Rodrigues
& Cantera, 2012). Por ejemplo, la teoría del aprendizaje social,
desarrollada por Albert Bandura, observa una combinación de factores
psicológicos y sociales que influyen en la conducta. Existen tres requisitos
para el aprendizaje y modelamiento de la conducta, éstos son la retención, es
decir, recordar lo que se ha observado; la reproducción o habilidad de
reproducir la conducta; y la motivación, que se refiere al deseo de adoptar la
conducta (Ramos, 2014).
Por su lado, el modelo ecológico formulado por Bronfenbrenner
permite analizar los factores que influyen en el comportamiento clasificándolos
en cuatro niveles (Jiménez & Zambrano, 2011). El primer nivel llamado
microsistema comprende las características personales que aumentan la
probabilidad de ser víctima o victimario. El siguiente nivel es el mesosistema,
que representa el contexto contiguo en el que asume lugar la violencia y
habitualmente es el entorno familiar (Ramos, 2014); este nivel puntualiza las
relaciones más significativas en la vida de las personas, ya que en la familia
se modela el futuro comportamiento e identidad y oportunidades de vida
(Olivares & Incháustegui, 2011). El tercer nivel es el exosistema, que
contempla las estructuras formales e informales (Ramos, 2014); es el plano
comunitario donde se gestan las redes de relación más inmediatas que favorecen
el sostenimiento cotidiano de las relaciones humanas apoyadas en el
reconocimiento mutuo (Olivares & Incháustegui, 2011). Finalmente está
el macrosistema, que contiene los valores y las creencias culturales que
promueven la violencia, influyen en el exosistema, mesosistema y microsistema;
por ejemplo las normas que validan el uso de la violencia en una sociedad y se
transmiten por medio de los procesos de socialización (Ramos, 2014).
La influencia entre los diversos sistemas no es lineal, y no
va del macro al microsistema únicamente, sino que también se da a la inversa,
de tal forma que una sociedad violenta generará individuos que ejercen
violencia, quienes retroalimentarán el sistema de violencia social que
promoverá una mayor violencia entre los individuos, generándose así un círculo
vicioso en el que la violencia va incrementándose a través del tiempo y puede
caracterizarse por circunstancias particulares del contexto y momento histórico
en que se presenta. Así, para entender la violencia en Tamaulipas, es necesario
tener una aproximación nacional, la cual enmarca y contextualiza la violencia
de uno de los estados con mayor violencia en el país. Comencemos por analizar
la violencia asesina en México.
Estimaciones de la violencia asesina en México: El
homicidio representa un delito y un hecho violento debido a que no solamente
está relacionado con incentivos económicos como los que suelen atribuirse a los
delitos, sino que puede obedecer a fines sociopolíticos o interpersonales,
entre otros. Por ello, es imprescindible contar con estadísticas confiables
acerca de la dimensión del fenómeno, de sus características y de las víctimas
(Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad
(2016).
La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2014) estima que
en 2012 hubo 475 000 muertes por homicidio a nivel mundial, lo que representa
una tasa de homicidios del 6.7 por cada 100 000 habitantes, sesenta por ciento
eran varones de entre 15 y 44 años, lo que convierte al homicidio en la tercera
causa de muerte para los varones de ese grupo etario. Y aunque estas cifras
pudieran hacer pensar que las mujeres son violentadas en menor medida, esto no
es necesariamente cierto, pues una de cada tres mujeres ha sido víctima de
violencia física o sexual por parte de su pareja en algún momento de su
vida.
En México se registraron 17,027 averiguaciones previas por
homicidio doloso correspondientes a 18,650 víctimas, durante el 2015. En
términos relativos se registró una tasa de 14.07 averiguaciones previas y una
tasa de 15.25 víctimas por cada 100 mil habitantes. Respecto al año anterior
las averiguaciones previas por cada 100 mil habitantes aumentaron 7.62% y las
víctimas incrementaron 6.54%. Este incremento representa el primero reportado
en el ámbito nacional desde el 2011 (Observatorio Nacional Ciudadano de
Seguridad, Justicia y Legalidad (2016).
A nivel nacional diversos organismos gubernamentales y
asociaciones civiles han investigado y atendido la situación, por lo que ha
sido posible establecer las diferencias en relación a los homicidios de hombres
y de mujeres. Por ejemplo, en el periodo del 2000 al 2015, el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2017), contabilizó 316 mil 347
defunciones por homicidio en México, de las cuales nueve por ciento fueron
contra mujeres, es decir, 28 mil 710 (Ver tabla 1). (Ver tabla 1 en PDF)
Como puede verse, en lo que va de esta década los homicidios
han incrementado significativamente en México, y aunque los hombres siguen
llevando la delantera, en el grupo de mujeres también es notable dicho
incremento. Ahora bien, hacer hincapié en el análisis de las diferencias entre
los homicidios de hombres y de mujeres no sólo tiene una finalidad estadística,
pues analizar estas diferencias nos lleva a comprender la naturaleza de la
violencia homicida hacia las mujeres y entenderla como una manifestación de la
violencia de género, la cual llevada hasta sus últimas consecuencias se
convierte en feminicidio. Entremos pues al punto medular de este artículo: la
violencia feminicida en Tamaulipas.
Violencia feminicida en Tamaulipas: La violencia de género que
ejercen los hombres contra las mujeres tiene como objeto controlar, asustar,
lastimar o castigar a las mujeres, es una expresión de poder (de desigualdad de
poder) que puede suceder en diversos escenarios como el hogar, la calle o el
trabajo. En los feminicidios, sucede algo particular, el victimario afirma algo
de sí mientras niega algo de su víctima, pues no se tratan de asesinatos al
azar, así lo hacen pensar las evidencias en los cuerpos de las mujeres, cuerpos
que son objeto de ira y rencor, en un escenario que implica negación,
afirmación y cosificación en diversos sentidos (Trejo, 2010).
En México, la tercera encuesta nacional sobre la dinámica de
las relaciones en los hogares (ENDIRE) reportó que 47% de las
mujeres sufrieron violencia en su relación actual o en la inmediata anterior.
Dicha violencia fue infringida en la forma de insultos, amenazas y
humillaciones en el 24.5% de los casos, mientras que el 43.1% de las mujeres
reportaron violencia económica, 14% violencia física y 7.3% violencia sexual
(INEGI & Instituto Nacional de las Mujeres [INMUJERES], 2012).
Ante el creciente escenario de violencia feminicida en
México, mediante Decreto del 22 de junio de 2011, el estado de Tamaulipas
tipificó la figura jurídica de feminicidio, al adicionar el artículo 337 Bis a
su Código Penal y lo incorporó como delito grave en el artículo 109 del Código
de Procedimientos Penales (Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio,
2014).
El Código Penal del Estado de Tamaulipas (2013) contempla
desde entonces que existen razones de género de parte del sujeto activo cuando
la víctima presenta indicios de violencia física reiterada, o cuando existan
antecedentes de violencia moral o acoso del sujeto activo en contra de la
mujer.
De esta forma, y dados los elementos señalados en el Código
de Procedimientos Penales de Tamaulipas, la violencia que mata a las mujeres
rara vez se cataloga como feminicidio, y en su lugar se sigue usando la figura
del homicidio doloso contra una mujer, en lo que se investiga si el victimario
es del mismo sexo, o del sexo opuesto, y el motivo del crimen. Así, el día 12
de diciembre del 2015, en la nota principal del periódico El Mercurio de
Tamaulipas, el Procurador de Justicia del Estado reportó que no hay registro de
feminicidios:
“No, por supuesto que no, nosotros no tenemos ese
problema y quisiera que quedara muy claro; en Tamaulipas no tenemos
feminicidios. Hay que considerar que la cuestión de feminicidios tiene que ver
con la cuestión de género; sí hay muertes de mujeres, por supuesto que las
tenemos registradas pero lo tenemos como homicidios” (Sustaita, 2015,
párr. 2).
Sin embargo, en el periodo del 2000 al 2015, Tamaulipas
acumuló ocho mil 613 defunciones por homicidio, de los cuales 12.2% fueron
contra mujeres. Es decir, mil 47 durante lo que va de este siglo (INEGI, 2017).
En el año 2002 se registraron 17 homicidios de mujeres en Tamaulipas, y una
década después, en el año 2012 se llegó a 172 defunciones. En 2014 se llegó a
141 homicidios de mujeres, las del 2016 son cifras pendientes, pues el Sistema
Nacional de Vigilancia Epidemiológica se toma dos años en emitir el dictamen
definitivo (Ver tabla 2). (Ver tabla 2 en PDF)
Un aspecto importante a analizar es la relación entre el
incremento de los homicidios y la lucha del Gobierno Federal contra la
delincuencia organizada. Para Hernández-Bringas y Narro-Robles (2010): Si la
estrategia gubernamental contra el crimen organizado no existiera y, por tanto,
tampoco las “ejecuciones” que se asocian a esa lucha, observaríamos que el
homicidio continuaría una tendencia al descenso, congruente con los ritmos
observados en los años previos a 2008 (p. 263).
En teoría, los homicidios aumentaron por pugnas entre el
Gobierno y el crimen organizado. Sin embargo, las organizaciones
gubernamentales establecen que en relación de homicidios de hombres contra
mujeres, éstas tienen una incidencia menor; y las causas son estructurales, ya
que las organizaciones delincuenciales son células de una misma sociedad, que
está regida por los roles de género, que suponen que la mujer sirve para las
tareas afectivas, no las instrumentales, como pelear o asesinar.
Así, la mayor parte de las mujeres asesinadas en Tamaulipas
se presentan por casos de violencia intrafamiliar, y sólo el siete por ciento
cayeron abatidas por enfrentamientos entre grupos del crimen organizado (Banco
de datos del feminicidio, como se citó en García, 2010). No obstante, la
relativamente reciente y aún poco estudiada participación de las mujeres en
algunas actividades del crimen organizado, como el narcotráfico, es motivo de
una profunda investigación al respecto, pues la violencia ejercida contra las
mujeres que participan en el crimen organizado puede estar más oculta al
ocurrir en el seno de actividades clandestinas y no ser denunciada.
Breve y desalentadora conclusión: La violencia se presenta
en todo el mundo, pero hay localidades donde se acentúa, es el caso de
Tamaulipas, México, así lo muestra el INEGI (2015), que coloca los homicidios
en la posición número nueve de las principales causas de defunción en la
entidad durante el 2014. Hace una década esa causa no se encontraba entre las
10 más comunes en el estado.
El incremento de la violencia homicida en Tamaulipas se ha
asociado a la lucha que ha emprendido el gobierno federal y estatal contra la
delincuencia organizada. Sin embargo, el combate entre el gobierno y el crimen
organizado toma como principales víctimas mortales a los hombres, que por su
condición de género son reclutados para realizar los enfrentamientos.
La participación de mujeres en el narcotráfico es percibida
como algo “extraordinario”, ya que destaca su participación desde la mirada
predominante sobre las mujeres como objetos: cuerpo, juventud, belleza, bondad
(Hernández, 2010). Su papel no es el de victimarias, sino el de víctimas; lo
que corresponde con la imagen estereotípica de las mujeres como débiles,
creíbles y maternales.
Serrano y Serrano (2006), señalan que las mujeres son
enseñadas en la estructura social a desempeñar un rol de guardianas de los
valores de la familia, por lo que los actos de violencia son delegados a los
hombres. En ese tenor, se explica que los significados del hombre como
proveedor influyan en la persistencia de formas acostumbradas de división
sexual del trabajo y relaciones autoritarias (Szasz, Rojas & Castrejón,
2008).
La expresión más condenable de la desigualdad de género es,
sin duda, la violencia estructural contra las mujeres, perspectiva que influye
en la legislación de cada país, aunque en la mayoría se concibe a la mujer como
débil, y casi incapaz de ser victimaria. Este tipo de violencia es un hecho
histórico en nuestro país que está presente en todos los ámbitos de la vida de
las mujeres; como hijas, hermanas, novias, esposas, trabajadoras, o jubiladas
(Castro & Riquer, 2012). En el caso de Tamaulipas, pese a contar con la
figura jurídica del feminicidio, no hay casos registrados, esto es, por algún
motivo se insiste en ocultarla.
La violencia que mata a las mujeres de Tamaulipas es
estructural. Sus orígenes son sociales y culturales. El sexismo es transmitido,
fomentado, y aprobado tanto por hombres, como por mujeres. Para Russell (2006),
cuanto mayor sea la inclinación de los hombres frustrados a la violencia,
mayores serán las probabilidades de que esa forma de sexismo se exprese
violentamente, incluso hasta provocar la muerte.
El sexismo se suele expresar en frases comunes que
justifican la violencia, como “ella se lo buscó por andar de puta”, “quien sabe
con quién habrá andado”, “no atendía al marido por andar trabajando”, “a las
niñas buenas no les pasa nada malo”, entre muchas otras, que forman parte de
las construcciones sociales, como señala Madriz (2001), y que ponen el acento
en la necesidad de fomentar una mayor equidad entre hombres y mujeres.
Las mujeres que se ajustan al estereotipo son tratadas de
forma benévola, es impensable que puedan ser “malas”. Mientras que las que se
distancian son castigadas (Moore & Padavic, 2010). Así, hablamos de una
estructura social que castiga (hasta con la muerte) la diferencia, la
evolución, la creatividad y la innovación. Por ende, hablamos de una estructura
que obstruye, que coarta la libertad de las mujeres, una libertad de la que se
habla en cualquier discurso sobre derechos humanos, pero que estructuralmente
está diseñada para los hombres (particularmente los que cumplen con ciertos
requerimientos de raza y clase social), y que implícitamente está prohibida
para las mujeres.
Así culturalmente, a la mujer se le construye como un sujeto
social sin capacidad de agencia, sin derechos y sin oportunidades;
destinándosele de esta forma a una vida en subordinación y en silencio; porque
además, como mandato implícito (y algunas veces explícito) para evitar más
violencia es mejor no denunciar, pues como mencionan Guzmán y Guzmán (2015),
persiste la idea de que la violencia es un problema íntimo que se debe quedar
en el ámbito privado y no en lo público.
La violencia es un problema multifactorial, que de forma
tradicional se ha abordado mediante el establecimiento de un sistema de
justicia, que se centran en el castigo de tipo penal a quienes incurran en
acciones tipificadas como delito. Pero la violencia se puede tratar y prevenir,
para ello se requiere el reforzamiento de políticas públicas no sólo de justicia,
sino de salud, y modificar las estructuras sociales que sustentan la
injusticia, porque es un problema que daña, que asesina.
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