Cultura organizacional: Una puesta al día
Sebastián Gabini
Universidad Abierta Interamericana / Argentina
Sebastián Gabini, Licenciado en Psicología. Becario Doctoral del CONICET;
Profesor Adjunto de la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas y de la
Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud, Universidad Abierta
Interamericana, Argentina. Correo eletrónico: sebastian_gabini@live.com.ar
Recibido: 13 de Octubre de 2016
Aprobado: 2 de Mayo de 2017
Referencia recomendada: Gabini, S. (2017).
Cultura organizacional: Una puesta al día. Revista de Psicología GEPU,
8 (2), 155- 178.
Resumen: La cultura organizacional es el
resultado de la asimilación de valores y patrones de comportamiento por parte
de los miembros de una organización. El objetivo del presente trabajo es
proporcionar una puesta al día sobre la teoría e investigación en cultura
organizacional con miras a reflejar el estado actual de los estudios sobre el
tema. Para tal fin se realizó una búsqueda bibliográfica correspondiente a los
últimos 10 años en diversas bases de datos y repositorios institucionales,
utilizando los descriptores cultura organizacional (organizational culture),
antecedentes (antecedents), consecuencias (consequences) e
instrumentos de medición (assessment scales). De la revisión realizada
surge que la cultura organizacional ha sido relacionada con resultados
organizacionales relevantes tales como el compromiso con la empresa, los deseos
de seguir perteneciendo a ella, la satisfacción laboral y el bienestar del
empleado. Asimismo, se observa que hasta la fecha no se ha podido establecer
con claridad si la cultura de la organización constituye una variable
explicativa del rendimiento laboral de los trabajadores.
Palabras clave: cultura organizacional, modelos,
clasificación, instrumentos de medición.
Abstract: Organizational culture is
result of organizational members’ assimilation of behaviors patrons and values.
The objective of this study was to make an update of theory and investigation
over organizational culture, in order to show his actual state of the art. To
do this a bibliographic research of the pasts 10 years in different data bases
and institutional repositories was made using the descriptors organizational
culture, antecedents, consequences and assessment scales. The revision shows
that organizational culture is associated with relevant organizational results
as employee commitment, job satisfaction, employee wellbeing and his desire to
continue in the organization. Moreover, until now it cannot be stablished
clearly if organizational culture is an explicative variable of employee job
performance.
Key
words: organizational
culture, models, classification, assessment scales.
Introducción
Existe consenso generalizado en considerar que las
organizaciones laborales transitan hacia un cambio de paradigma. La actual
economía globalizada, que ha conllevado la apertura de los mercados, tuvo como
resultado procesos de fusión, adquisición y expansión de empresas a lo largo de
todo el mundo (Serrate-Alfonso, Portuondo-Velez, Sanchez-Puigbert, &
Suarez-Ojeda, 2014). En función de ello se han generado movimientos que, a
menudo, introducen cambios en el seno de las organizaciones, y que demandan adaptaciones
por parte de los empleados a prácticas organizacionales diferentes a las
propias y, en muchas ocasiones, provenientes de otros contextos culturales
(Omar, 2006). Ante esta realidad, las organizaciones laborales enfrentan el
desafío de evaluar los elementos culturales que condicionan su dinámica social
con la finalidad de orientar y fortalecer su potencial humano hacia la
obtención de resultados a nivel individual, grupal y organizacional
(Serrate-Alfonso et al., 2014).
La expresión cultura organizacional fue introducida en la
literatura especializada por Pettigrew (1979) quien la definió como “un sistema
de significados pública y colectivamente aceptado por un grupo dado, en un
cierto período de tiempo” (p. 574). Paralelamente, Hofstede (1980)
conceptualizó a la cultura organizacional como un conjunto de programas
mentales que controlan las respuestas de un individuo en un momento dado. La
cultura, entonces, era considerada como el resultado de la asimilación de
valores y patrones de comportamiento por parte de los miembros de una
organización que tienen efecto en el contexto del trabajo.
Posteriormente, Schein (1988) se apartó de tales
conceptualizaciones y planteó la delimitación del constructo desde una
perspectiva psicológica. Así, para Schein la cultura organizacional se
encontraba vinculada al patrón de supuestos básicos que un determinado grupo ha
desarrollado en el proceso de aprender a resolver sus problemas de adaptación
externa y de integración interna. Estos supuestos han funcionado
suficientemente bien para ser considerados como válidos y son plausibles de ser
enseñados a nuevos miembros del grupo como la manera correcta de percibir,
pensar y sentir en relación con estos problemas. Desde la óptica de Van Muijen
(2013), existen al menos tres aspectos de esta definición a tener en cuenta:
(a) la cultura concierne a los supuestos que determinan cómo los miembros de un
grupo dado van a percibir, pensar, actuar; (b) la cultura pertenece a un grupo;
y (c) la cultura es aprendida.
Actualmente, la definición de cultura organizacional no
difiere demasiado de las conceptualizaciones mencionadas precedentemente. Un
gran número de investigaciones más actuales (Bellou, 2010; Mushtaq, Ahmad
Fayyaz, & Tanveer, 2013; Naranjo-Valencia, Jiménez-Jiménez, &
Sanz-Valle, 2011; Tsai, 2011; Tura Solvas & Martínez Costa, 2012) han
entendido a la cultura organizacional como los valores, creencias y supuestos
que los miembros de una organización tienen en común. La cultura, concebida de
esta manera, cumple cuatro funciones importantes en las organizaciones: (1)
transmite un sentido de identidad a los miembros de la organización, (2)
facilita la generación de un compromiso hacia algo más importante que uno
mismo, (3) eleva la estabilidad del sistema social, y (4) sirve como un sistema
de creación de sentido que guía y moldea los comportamientos de los miembros
(Hu, Dinev, Hart, & Cooke, 2012).
A pesar que esta definición es la más difundida y aceptada
en los estudios recientes sobre cultura organizacional (Cújar Vertel, Ramos
Paternina, Hernández Riaño, & López Pereira, 2013), aun no existe consenso
en cuanto a la delimitación de este constructo (Bellou, 2010). Sin embargo,
algunos referentes de la temática (Berson, Oreg & Dvir, 2008; Hofstede et
al., 1990; Omar & Urteaga, 2010) han señalado que el núcleo de la cultura
son las prácticas organizacionales, ya que constituyen el lado visible de la
misma.
Teniendo en cuenta la importancia del constructo, el
objetivo del presente trabajo fue proporcionar una puesta al día sobre la
teoría e investigación en cultura organizacional, con miras a reflejar el
estado actual de los estudios sobre el tema. En este sentido, este trabajo
constituye una revisión de los principales modelos y modos de clasificación de
la cultura organizacional en la bibliografía específica, así como sus variables
antecedentes y consecuentes, y los principales instrumentos desarrollados para
su medición. Con tal propósito, se realizó una búsqueda bibliográfica
correspondiente a los últimos 10 años utilizando los descriptores: cultura
organizacional (organizational culture), antecedentes (antecedents),
consecuencias (consequences), e instrumentos de medición (assessment scales).
Se recuperaron 132 artículos a textos completos y cuatro capítulos de libro. De
los artículos, 73 fueron descartados por no estar directamente relacionados con
el objetivo y la temática del trabajo y nueve por encontrarse repetidos. En
definitiva, se trabajó con un total de 53 artículos pertenecientes a diversas
bases de datos y repositorios institucionales: EBSCO (12), Scielo (8), Elsevier
(8), Dialnet (7), Emerald Insight (4), Taylor & Francis (4), EconPapers
(3), Repositorios institucionales (3), Wiley Online Library (3); y cuatro
capítulos de libros recuperados de Google Books (3) y Dialnet (1).
Modelos de Cultura Organizacional
Hasta el momento no se dispone de un modelo explicativo,
aceptado unánimemente por los especialistas, de los componentes de la cultura
organizacional (Hernández Sampieri, Méndez Valencia, & Contreras Soto,
2014). En la Tabla 1 se presenta una síntesis de los modelos propuestos hasta
la fecha y, seguidamente, se ofrece una breve descripción de cada uno de
ellos.
El modelo de Valores en Competencia (Quinn, 1988) fue desarrollado
a partir de una investigación realizada para describir los principales
indicadores de las organizaciones efectivas. Particularmente, este modelo
considera dos dimensiones bipolares: (a) flexibilidad, discreción y dinamismo
versus estabilidad, orden y control; y (b) orientación interna, integración y
unidad versus orientación externa, diferenciación y rivalidad. De la
combinación cruzada de estas dos dimensiones surgen cuatro subdominios
culturales o tipos de culturas (clan, adhocrática, jerárquica y orientada al
mercado) que pueden definirse a partir de seis factores o rasgos organizativos:
(a) las características dominantes de la organización, (b) el liderazgo
organizacional, (c) la gestión de personal o recursos humanos, (d) el vínculo
organizacional (también conocido como cohesión), (e) el énfasis estratégico o
áreas que orientan la estrategia de la organización, y (f) el criterio de éxito
o recompensa (Naranjo-Valencia, Jiménez-Jiménez, & Sanz-Valle, 2012). Este
modelo recibió su nombre debido a que en muchas ocasiones los cuatro
subdominios parecen llevar mensajes contradictorios. Los directivos, por
ejemplo, en ocasiones desean organizaciones adaptables y flexibles pero, a su
vez, que sean estables y controladas. Los subdominios o cuadrantes del modelo,
representan los valores subyacentes que se encuentran por encima de los
empleados, programas, políticas y organizaciones. Por lo tanto, la concepción
de Cameron y Quinn (2011) implica clases de organizaciones ligadas a sus
respectivas culturas.
En función de ello, la mayoría de las empresas e
instituciones posee elementos de todas las clases de culturas, pero desarrollan
un estilo dominante (Hernández Sampieri et al., 2014). (Ver tabla 1 en
PDF)
El modelo de Schein (1985) distingue tres niveles de cultura
organizacional. Así, la capa exterior contiene el nivel cultural más visible,
es decir, los artefactos, la tecnología, y los patrones de comportamiento. Aquí
se pueden encontrar los sistemas de jerarquía, logos, resultados materiales, el
lenguaje, entre otros. De esta manera, los patrones públicos de comportamiento
y los artefactos son simples de observar, pero difíciles de descifrar. Por lo
tanto, para entender a la cultura, un análisis cultural debe ir más allá de los
comportamientos públicos del grupo (Van Muijen, 2013). En palabras del autor
“sólo luego de que hayamos descubierto las capas más profunda de la cultura
podremos especificar cuáles son los artefactos que reflejan, y cuáles los que
no reflejan la cultura” (Schein, 1985, p.14). El siguiente nivel comprime los
valores del grupo, los cuales funcionan como una normativa y un ancla moral que
guía los comportamientos de los miembros del grupo en determinadas situaciones.
Los valores reflejan los supuestos acerca de lo que es correcto o incorrecto.
Sin embargo, Schein también realiza una distinción entre los valores basados en
aprendizajes culturales previos y aquellos valores que no se basan en lo
aprendido previamente, que son los valores adoptados (Van Muijen, 2013). La
tercera capa consiste en los llamados supuestos básicos, es decir, aquellos
supuestos inconscientes dados por sentados y difíciles de cambiar.
Estos supuestos implícitos guían los comportamientos y
dirigen a los miembros del grupo a percibir, interpretar y restaurar eventos.
De esta manera, los supuestos pasan a ser las bases del entrenamiento
perceptual (Van Muijen, 2013). Este modelo, distingue dos funciones principales
de la cultura organizacional: la adaptación externa y la integración interna.
La primera de ellas, refiere al proceso de alcanzar las metas y lidiar con los
agentes externos. Mientras que la segunda se vincula con la creación de una
identidad colectiva y las formas de enlazar métodos para trabajar y vivir
juntos. Esto ayuda a los miembros de la organización a filtrar los estímulos
ambientales, interpretar estos estímulos, y actuar en base a esta
interpretación (Schein, 1988). Evidencias empíricas recientes (Hogan &
Coote, 2014) indican que el modelo de Schein ofrece una explicación clara de
los procesos culturales que dan lugar a la innovación organizacional,
especialmente en las empresas de servicios.
Otro de los modelos de la cultura organizacional es el
elaborado por Payne (2001). El autor ha criticado el supuesto según el cual los
miembros de las unidades de trabajo comparten sus percepciones, valores y
creencias (González-Romá, 2011). Por lo tanto, propone que la cultura general
de una organización debería ser analizada a partir de tres grandes dimensiones:
(a) penetración, (b) intensidad psicológica y (c) fortaleza de consenso. Con
respecto a este último punto, un estudio realizado con 56 empresas mostró que
el grado de consenso intra-organizacional variaba notablemente a través de las
instituciones, lo cual pone de manifiesto que el grado de acuerdo entre los
miembros de una unidad de trabajo es un elemento importante para describir y
entender la cultura organizacional (González-Romá, 2011).
El modelo de Denison describe cuatro rasgos fundamentales de
la cultura organizacional, cada uno con sus subdimensiones (Denison et al.,
2003), a saber: (a) involucramiento, definido como el empoderamiento, la
construcción de la persona alrededor de los equipos y el desarrollo de la
capacidad humana. Esta dimensión considera el compromiso de los trabajadores y
su influencia en los ámbitos organizacionales. Este rasgo es susceptible de ser
observado en sus tres subdimensiones: empoderamiento, orientación al equipo y
desarrollo de capacidades; (b) consistencia, considera que el comportamiento de
los individuos se fundamenta en el conjunto de valores centrales para la
organización. Las organizaciones que poseen esta característica tienen una
cultura distintiva y fuerte que influye significativamente en el comportamiento
de las personas. Este rasgo puede ser observado en valores centrales, acuerdo,
coordinación e integración; (c) adaptabilidad, permite que la organización
responda a aquellos cambios en el entorno y de respuesta a las nuevas
exigencias de los clientes. Puede considerarse que las organizaciones bien
integradas son las más difíciles de cambiar. En contraposición, las
organizaciones adaptables asumen riesgos, aprenden de sus errores y tienen
experiencia en la creación del cambio. Este rasgo puede ser observado en la
creación del cambio, el enfoque en el cliente y el aprendizaje organizacional;
y (d) misión, hace referencia al sentido de propósito que define las metas
organizacionales y los objetivos estratégicos. Puede ser expresado en la visión
de lo que la organización quiere ser en un futuro.
Este rasgo puede ser observado a partir de la dirección e
intención estratégica de la empresa, sus metas y objetivos, y su visión
(Martínez Avella, 2010). Los cuatro rasgos propuestos por Denison, están
establecidos sobre un plano cartesiano definido por dos dimensiones ortogonales
(los ejes): una comprendida entre el enfoque interno y el enfoque externo; y la
otra entre la orientación a la estabilidad y a la flexibilidad. Estas dos
dimensiones y los rasgos que se derivan caracterizan el conjunto de tensiones
que pueden presentarse en una organización. Por una parte, están las tensiones
entre estabilidad-flexibilidad y los intercambios entre el enfoque interno-externo
y, por la otra, las tensiones diagonales entre la consistencia interna y la
adaptación externa, y entre el despliegue de la misión de arriba hacia abajo y
el involucramiento de abajo hacia arriba (Martínez Avella, 2010). Según Denison
(2000) “las organizaciones efectivas encuentran una forma de resolver estas
contradicciones dinámicas sin caer en el simple intercambio” (p. 357).
El modelo desarrollado por O’Reilly, Caldwell y Chadman
(1991) no delimita tipologías culturales sino valores culturales. Este modelo,
entonces, pone el foco en las normas entendidas como los estándares socialmente
creados que emergen de los valores de una organización. Estas normas culturales
ayudan a los miembros del grupo a interpretar y evaluar los eventos y las expectativas
acerca de los comportamientos apropiados (Chatman, Caldwell, O'Reilly &
Doerr, 2014). Los valores culturales se conjugan en ocho factores: (a) innovar
y tomar riesgos, (b) atención al detalle, (c) orientación a resultados, (d)
agresividad y competitividad, (e) apoyo, (f) énfasis en el crecimiento y en las
recompensas, (g) colaboración y orientación al equipo, y (h) decisiones. Estos
ocho factores ortogonales son definidos sin ambigüedad y se aproximan a muchas
de las dimensiones que la literatura previa ha ofrecido. Para estos autores, la
cultura organizativa cumple una serie de funciones dentro de las
organizaciones. De esta manera, define los límites, ayudando a distinguir una
organización de otra; permite a los integrantes desarrollar una sensación de
identidad; facilita la aceptación de un compromiso con algo que supera los
intereses personales; mejora la estabilidad del sistema; y crea sentido y
permite el control, así como orienta y moldea las actitudes individuales.
El modelo de Hofstede entiende que la cultura, como
programación colectiva de la mente, se manifiesta de diferentes formas. De esta
manera, hay cuatro términos que describen las manifestaciones de la cultura y
cubren todo su concepto: símbolos, héroes, rituales y valores. Los símbolos
representan la capa más superficial de la cultura y los valores la más
profunda, quedando los héroes y los rituales en medio de las dos. Los símbolos
son palabras, gestos, imágenes u objetos que tienen un significado concreto,
únicamente reconocible por aquellos que comparten la misma cultura. Los héroes
son personas, vivas o muertas, reales o imaginarias, que presentan
características muy valoradas en una cultura determinada, por lo que actúan
como modelos de comportamiento. A menudo, los fundadores de empresas se
convierten en héroes culturales. Los rituales son actividades colectivas,
técnicamente superfluas para alcanzar los fines deseados, pero consideradas
socialmente esenciales dentro de una cultura, es decir, que tienen sentido por
sí mismas. Las distintas formas de saludo, formal o informal, así como las
ceremonias sociales y religiosas, constituyen ejemplos de rituales. Los
símbolos, los héroes y los rituales considerados en su conjunto constituyen las
“prácticas organizacionales”. Éstas resultan visibles para un observador
externo, sin embargo, su significado cultural no es necesariamente notorio y
reside en el modo en el que los participantes de la cultura en cuestión
interpretan dichas prácticas (Hofstede, 2011).
En un primer momento, Hofstede (1980) identificó cuatro
valores básicos para evaluar la culturas nacionales: (a) distancia al poder,
definida como el grado en que los miembros menos poderosos de la sociedad
esperan que el poder se distribuya de manera desigual; (b) evitación de la incertidumbre,
el grado en que los miembros de una cultura perciben y reaccionan frente a
situaciones o amenazas desconocidas; (c) individualismo-colectivismo, refiere a
la naturaleza de las relaciones que un individuo mantiene con su grupo; y (d)
masculinidad-femineidad, hace referencia a la valoración diferencial de los
papeles femeninos y masculinos. Posteriormente, el mismo Hofstede añadió una
quinta dimensión, que había sido propuesta por Bond y sus colaboradores,
conocida como orientación a largo plazo o dinamismo (Hofstede & Bond,
1988). La misma hace referencia a una cultura orientada al futuro, positiva,
dinámica y ligada a cuatro valores positivos: perseverancia, ordenan (de las
relaciones por estatus y observancia de ese orden), economía, y sentido de
vergüenza. El lado positivo de esta orientación refleja una mentalidad
orientada al futuro, mientras que los valores del lado negativo reflejan una
mentalidad tradicional y estática. Sin embargo, posteriormente Hofstede y su
equipo (Hofstede et al., 1990) reconocieron que las dimensiones acerca de las
culturas nacionales no son relevantes a la hora de comparar organizaciones de
un mismo país. De esta manera, concluyeron que las prácticas diarias
constituyen la esencia de la cultura organizacional y, por lo tanto, la misma
debe ser explorada a través de las prácticas que la tipifican, reservándose los
valores para la caracterización de la cultura nacional. De este modo, el modelo
de Hofstede identifica las culturas organizacionales en función a la orientación
de sus prácticas: (a) proceso frente a resultados, (b) trabajo frente a
empleado, (c) profesionalidad frente a cultura parroquial, (d) sistemas
abiertos frente a sistemas cerrados, (e) control flexible frente a control
estricto, y (f) normativo frente a pragmático.
De éstos, el que cuenta con mayor evidencia empírica,
especialmente en América Latina, y posee mayor sencillez y claridad conceptual
es el primero (Hernández Sampieri et al., 2014). Sin embargo, el modelo de
Hofstede que ha tenido un gran desarrollo en otras partes del mundo ha
comenzado a incorporarse en estudios llevados a cabo en Latinoamérica
(especialmente en el ámbito de los negocios internacionales) para analizar
aspectos tales como la sensibilidad de las organizaciones en términos de equidad
en el trato, el avance profesional de las mujeres en las organizaciones, en
relación con la adopción de prácticas organizacionales saludables, su poder
predictivo respecto del bienestar de los trabajadores, entre otros (Grueso
Hinestroza, González-Rodríguez, & Rey-Sarmiento, 2014).
Clasificación de las Culturas Organizacionales
Así como se han descrito diversos modelos para delimitar el
constructo cultura organizacional, la bibliografía consultada también da cuenta
de la existencia de diferentes modos de clasificar los tipos de cultura
propuestos. Por un lado, se encuentran las tipologías que se desprenden de
algunos de los modelos presentados en el apartado anterior; y por otro, una
serie de clasificaciones cualitativas binomiales que no son fruto de los
modelos teóricos clásicos.
Una de las tipificaciones de la cultura organizacional más
difundida es la que surge del Modelo de Valores en Competencia. Al respecto, es
conveniente tener en cuenta que la mayoría de las organizaciones posee
elementos de todas las clases de culturas, sin embargo desarrolla un estilo
dominante. Por lo que más que un modelo tipológico, se trata de un modelo
topológico (Hernández Sampieri et al., 2014). Entonces, los tipos de cultura
organizacional que se desprenden de este modelo son: (a) cultura de clan, que
recibe su nombre por ser similar a un tipo de estructura familiar. Este tipo de
empresas se caracterizan por la existencia de metas y valores compartidos,
cohesión, participación, individualismo colectivo y un sentido de nosotros. Al
interior de las mismas, sus miembros se perciben más como una familia extensa
que como entidades aisladas. De esta manera, en lugar de orientarse a las
reglas o mercados, se encuentran orientados hacia el involucramiento de los
empleados y hacia el compromiso de los mismos. Asimismo, la cultura clan genera
un clima amigable de trabajo donde los trabajadores comparten mucho de ellos
mismos (Cameron & Quinn, 2011); (b) cultura jerárquica, se fundamenta en
los atributos clásicos de la burocracia como reglas, especialización,
meritocracia, jerarquía, responsabilidad, etc. (Hernández Sampieri et al.,
2014). Tales características fueron adoptadas por empresas que quisieron
generar eficiencia, confiabilidad y resultados predecibles. Desde este punto de
vista, eran imprescindibles las líneas claras en la toma de decisiones, la autoridad,
las reglas estandarizadas y los procedimientos, así como el control y los
mecanismos de responsabilidad (Zafer Acar & Acar, 2014).
La cultura organizacional compatible con esta forma de
organización se caracteriza por conservar un lugar de trabajo estructurado y
formalizado, con múltiples niveles jerárquicos (Cameron & Quinn, 2011); (c)
cultura adhocrática, este tipo de organización y la cultura asociada surgieron
como consecuencia de la transición de la era industrial a la era de la información.
Una meta esencial de este tipo de organizaciones es crear adaptabilidad,
flexibilidad y creatividad. Por lo que se caracteriza por un lugar de trabajo
creativo, dinámico y emprendedor, donde los empleados asumen riesgos y el
liderazgo está orientado a los desafíos (Cameron & Quinn, 2011); y (d)
cultura orientada al mercado, la cual se encuentra perfilada hacia el ambiente
externo en lugar de centrarse en los asuntos internos y se enfoca a las
vinculaciones con las entidades del entorno como clientes y consumidores,
proveedores, sindicatos, organismos reguladores y competidores. Este tipo de
organización opera a través de mecanismos económicos y se basa en valores tales
como la competitividad y la productividad, que se alcanzan mediante el
posicionamiento externo y el control (Zafer Acar & Acar, 2014).
La clasificación de las culturas organizacionales que se
desprenden del modelo de Hofstede diferencia aquellas empresas orientadas a los
procesos frente a aquellas que se orientan a los resultados. Las primeras están
dominadas por rutinas de carácter técnico y burocrático, mientras que las
segundas se caracterizan por una preocupación común por la obtención de
resultados. Asimismo, se oponen aquellas organizaciones orientadas al trabajo
frente a otras orientadas al empleado.
En el primer caso únicamente se tiene en cuenta el desempeño
laboral de los empleados, por el contrario, en las culturas orientadas al
empleado se asume una responsabilidad más amplia en relación con el bienestar
de sus miembros. Por otra parte, se distinguen las culturas profesionales,
donde los miembros, normalmente con un alto nivel de formación, se identifican
con su profesión, mientras que en culturas parroquiales los miembros encuentran
su identidad en la organización para la que trabajan. Similarmente, los estilos
de comunicación interna y externa, así como a la facilidad de admisión de
trabajadores externos o de nuevas incorporaciones, permite la distinción entre
sistemas abiertos y sistemas cerrados. Paralelamente, el control hace
referencia al grado de formalidad y puntualidad que existe en la organización,
lo que posibilita la discriminación entre aquellas culturas que poseen un
control estricto frente a otras donde el grado de control es más bien flexible.
Finalmente, la dimensión normativo frente a pragmático describe el modo
predominante (rígido o flexible, respectivamente) en la relación con el
entorno, en particular con los clientes. Las unidades que se dedican a la venta
de servicios, por ejemplo, suelen encontrarse en la zona pragmática, mientras
que las unidades relacionadas con la aplicación de leyes y normas tienden a
situarse en la zona normativa (Hofstede, 2011).
Por otra parte, existen caracterizaciones cualitativas de la
cultura organizacional (Toca Torres & Carrillo Rodríguez, 2009) que, por lo
general, ofrecen una distinción binaria entre una cultura fuerte que
proporciona un claro sentido de identidad con el personal, donde todos los
miembros conocen las metan organizacionales y trabajan en pos de alcanzarlas; y
una cultura débil, carente de valores, con prácticas poco definidas y que posee
poca influencia sobre las conductas de los empleados. Dentro de esta
perspectiva, investigaciones recientes (Jacobs et al., 2013; Mushtaq et al.,
2013) han indicado que las culturas fuertes están relacionadas con un alto
desempeño al facilitar la consistencia interna. Otra distinción de la cultura
se realiza en función de los criterios de efectividad de la organización. De
esta manera algunas investigaciones han propuesto: (a) culturas mecánicas y
orgánicas, (b) adaptativas y desadaptativas, (c) éticas y no éticas, (d)
participativas y no participativas (Armenakis, Brown, & Mehta, 2011).
Recientemente, O’Reilly ha categorizado a las culturas adaptativas como
aquellas que asumen riesgos, tienen deseos de experimentar, de innovar, son
movilizadas por la iniciativa personal, toman decisiones, ejecutan rápidamente
y tienen la habilidad de aprovechar las oportunidades (Holton, 2014).
En síntesis las caracterizaciones cualitativas hacen difícil
determinar la magnitud de una condición específica, más allá del hecho que
ofrecen una visión positiva (rica, coherente, cohesiva, significativa,
vibrante, central, integrada, balanceada, adaptativa, etc.) o negativa
(fragmentada, pobre, poco entendida, depredadora, congelada, caótica, confusa,
fría, difusa, desadaptativa, etc.) sobre la cultura organizacional. Por lo
tanto, cualquiera de estas clasificaciones pueden resultar ambiguas y poco confiables
(Toca Torres & Carrillo Rodríguez, 2009).
Antecedentes de la Cultura Organizacional
El estudio de los antecedentes de la cultura organizacional
no ha sido tan fructífero como en otras áreas de estudio. Sin embargo, se ha
podido identificar que algunas de las variables que determinan la aparición de
ciertos tipos de culturas organizacionales, son la cultura nacional y el tipo
de liderazgo llevado a cabo en las instituciones.
Con respecto a la primera de ellas, algunos
investigadores (Übius & Alas, 2009) han sostenido que determinados tipos de
culturas organizacionales dominan en empresas de diferentes países, lo que
indica que la cultura de una organización se encuentra influenciada por la
cultura nacional. De allí que se ha remarcado que los valores nacionales
influyen sobre las prácticas desarrolladas dentro de las organizaciones
(Garibaldi de Hilal, 2006). A este respecto, se ha indicado (Findler, Wind
& Mor Barak, 2009) que las organizaciones que se insertan en otros
horizontes sufren influencias sistemáticas de su ambiente próximo y procuran
adaptarse a él, por lo que serían afectadas por los valores de la nueva cultura
nacional. En nuestro país, resultados similares (Omar & Urteaga, 2010) han
demostrado que la cultura nacional de origen influye sobre la cultura
organizacional, lo que revela que la adopción de determinadas prácticas
organizacionales se vincula estrechamente con el origen de la organización. Al
respecto, las empresas nacionales argentinas se caracterizan por la
implementación de prácticas orientadas al empleado y a los sistemas rígidos de
gerenciamiento de sus recursos humanos. En cambio, las empresas privatizadas
(que importaron sus gerentes y administradores) se caracterizan por la
instauración de prácticas orientadas al mercado, a los resultados y a los
sistemas abiertos (Omar & Urteaga, 2010). Tales hallazgos coinciden con
observaciones previas (Earley & Erez, 1997; House, Javidan, Hanges, &
Dorfman, 2002) que sostenían que los gerentes implementan normas y prácticas
dentro de las organizaciones que, en término medio, reflejan las normas y
prácticas típicas de las organizaciones donde se formaron.
La relación entre liderazgo y cultura organizacional muestra
cierto consenso entre los especialistas que sostienen que el núcleo de valores
de una organización comienza con su liderazgo y luego se transforma en un
estilo de liderazgo (Salazar Estrada, Guerrero Pupo, Machado Rodríguez, &
Cañedo Andalia, 2009; Tsai, 2011). No obstante, así como el líder incide
directamente en la cultura, la cultura de una organización también es
responsable de definir el perfil del líder, es decir que al tiempo que moldea
es moldeado (Toca Torres & Carrillo Rodríguez, 2009). Los líderes de una
organización, entonces, desempeñan un papel activo en la formación y
reforzamiento tanto del clima como de la cultura organizacional. De esta
manera, los líderes determinan qué se debe atender, medir y controlar;
participan en los incidentes críticos y las crisis empresariales; planifican la
enseñanza, el entrenamiento y establecen los criterios para el reclutamiento,
selección, promoción, jubilación y segregación de los empleados (Salazar
Estrada et al., 2009).
En función de ello, los empleados son dirigidos por
los valores y comportamientos de los líderes para que los comportamientos de
las dos partes se aliñen. Cuando los comportamientos están fuertemente
unificados, una cultura organizacional cohesionada emerge ya que los valores y
creencias han sido desarrollados. Esto asegura comportamientos consistentes entre
los miembros de una organización, reduce los conflictos y crea un ambiente
laboral sano para los empleados (Tsai, 2011).
Otras variables vinculadas al liderazgo que complementan el
proceso de creación y reforzamiento de la cultura en una organización son: los
diseños de estructuras, la organización, las declaraciones formales sobre lo
que es importante para la empresa, y similares. Estos mecanismos conforman
actitudes y modos de hacer que, en la medida en que prueben su efectividad,
pasarán a formar parte de la cultura (Salazar Estrada et al., 2009).
Consecuencias de la Cultura Organizacional
La bibliografía especializada ha señalado que la cultura
organizacional tiene un efecto significativo sobre las actitudes de los
empleados. Los resultados de estudios vinculados a la temática sugieren que los
efectos de la cultura organizacional sobre los comportamientos individuales se
encuentran totalmente mediados por los procesos cognitivos internos de los
individuos, teniendo en cuenta tareas y contextos específicos (Hu et al.,
2012). Desde esta perspectiva, se ha sugerido que el ajuste entre los valores
de los trabajadores y la cultura de la organización es un predictor
significativo del compromiso normativo, la satisfacción laboral, el rendimiento
laboral y de las intenciones de renunciar, independientemente de la edad, la
antigüedad laboral y el sexo del empleado (O’Reilly et al., 1991).
Con respecto a este último punto, evidencias empíricas
sugieren que existen diferencias basadas en el sexo del trabajador. En este
sentido, se ha señalado (García-Bernal, Gargallo-Castel, Marzo-Navarro, &
Rivera-Torres, 2005) que el grado en que las dimensiones culturales impactan
sobre la satisfacción laboral de los empleados difiere en función de su sexo.
Concretamente, se ha encontrado (Tura Solvas & Martínez Costa, 2012) que
las culturas adhocráticas y orientadas al grupo mantienen una correlación
positiva significativa con la sensibilidad de igualdades de oportunidades entre
los sexos. En cambio, culturas jerárquicas y racionales dificultan la
percepción de igualdades de género. Asimismo, se ha verificado (Tura Solvas
& Martínez Costa, 2012) que la existencia de desigualdades de género en las
organizaciones, o de su percepción, tiene consecuencias negativas tanto para
los trabajadores como para la propia organización.
Otras investigaciones han indicado (Belias & Koustelios,
2014; Zavyalova & Kucherov, 2010) que en las empresas con diferentes tipos
de cultura organizacional difieren los niveles de satisfacción laboral de los
empleados. De esta manera, se ha sugerido (Shurbagi & Zahari, 2012) una
relación positiva entre las culturas de clan y adhocrática, y la satisfacción
laboral; así como una correlación negativa entre la satisfacción y las culturas
jerárquicas y orientadas al mercado (Lund, 2003). Un estudio más reciente
(ElKordy, 2013) ha indicado que casi el 50% de la varianza de la satisfacción
laboral es explicada por la cultura organizacional y el liderazgo
transformacional, siendo la cultura el constructo con mayor impacto.
En cuanto al vínculo entre compromiso y cultura
organizacional, se ha señalado (Richard, McMillan-Capehart, Bhuian, &
Taylor, 2009) que el contrato psicológico media la relación entre estas dos
variables. Sumado a ello, se ha sugerido (ElKordy, 2013) que el compromiso
organizacional es explicado por la satisfacción laboral, la cultura
organizacional, y el liderazgo transformacional. Asimismo, se ha comunicado
(Zafer Acar, 2012) que la cultura organizacional y el tipo de liderazgo predicen
el compromiso organizacional. Al respecto, un estudio transversal centrado en
enfermeros de hospitales de Taiwan (Tsai, 2011) mostró que las culturas
orientadas a la flexibilidad impactan sobre la satisfacción laboral de los
empleados a través del liderazgo autentico. Estos hallazgos indican que los
efectos de ciertos tipos de cultura son expresados a través del liderazgo que,
a su vez, sostiene los valores culturales (Azanza, Moriano, & Molero, 2013;
O’Reilly, Caldwell, Chatman, & Doerr, 2014).
Evidencias empíricas recientes (Mendoza Llanos, 2015)
muestran que el ausentismo también se encuentra influenciado por la cultura
organizacional. Además, se ha encontrado (Übius & Alas, 2009) que las
culturas de clan, jerárquica y adhocrática predicen la responsabilidad social
corporativa. Asimismo, se ha indicado una correlación positiva de la cultura
organizacional con la salud mental y el bienestar del empleado (Marchand,
Haines, & Dextras-Gauthier, 2013), así como con su salud, entusiasmo y
flexibilidad (Toca Torres & Carrillo Rodríguez, 2009).
Por otra parte, la bibliografía especializada (Tsai, 2011;
Zafer Acar, 2012) ha señalado la importancia de la relación entre la cultura y
la gerencia. En este sentido, se ha sugerido (Ovidiu-Iliuta, 2014) que las
dimensiones de la cultura organizacional (adaptabilidad, misión,
involucramiento y consistencia) tienen un impacto significativo sobre las
prácticas de gerenciamiento. De ellos, el rasgo consistencia ha demostrado una
mayor influencia sobre las prácticas de gerenciamiento, lo que significa que las
organizaciones efectivas están altamente coordinadas y propiamente integradas
(Ovidiu-Iliuta, 2014).
Paralelamente, algunos referentes en la temática (O’Reilly
et al., 2014) han sostenido que la cultura organizacional impacta tanto sobre
los resultados directos y la eficiencia de la misma al establecer los valores,
creencias y normas dentro de la organización, quien en retorno le ayuda a
moldear los modos en que los miembros de la organización interactúan y se
comprometen entre ellos. Estos valores culturales específicos pueden
conducir a (Jacobs et al., 2013): (a) toma de decisión más efectiva; (b) reportar,
responder y aprender de los errores; (c) trabajo basado en el equipo; y (d)
sinergía inter-departamental y creatividad. Posteriormente, la cultura puede
influenciar los objetivos sociales y económicos generales que una organización
persigue así como alentar a la cooperación y a la construcción de relaciones
entre los empleados dentro y fuera de las organizaciones (Jacobs et al.,
2013).
Sumado a ello, se ha señalado (Denison, 2000; Schein, 1988)
que la cultura organizativa constituye uno de los principales predictores del
rendimiento laboral. En este sentido, un mayor rendimiento es esperable en la
medida que los valores culturales sean fuertemente sostenidos o amplia y
comúnmente compartidos (Denison, 1990). Asimismo, se ha considerado (Jung &
Takeuchi, 2010) que se puede alcanzar un mejor rendimiento laboral en tanto los
líderes gerenciales sean apoyados por la cultura. Sumado a ello, Schein (1988)
explica que el liderazgo y la cultura están entrelazados, especialmente
basándose en el concepto del ciclo de vida organizacional. De acuerdo a este
concepto, los líderes o ejecutivos de una organización tendrán sus valores y
creencias incrustados en la organización desde una etapa temprana de la
formación de la misma, mientras que la cultura influenciará las acciones y el
estilo de los líderes en etapas más tardías. De esta manera, la cultura
proveería la base para entender las diferencias entre las empresas exitosas
donde los empleados exhiben un buen rendimiento, de aquellas que no lo tienen
(Schein, 1988). Sin embargo, no todas las investigaciones han dado cuenta de
esta relación. Algunas han sostenido (Ogbonna & Harris, 1998) que el
vínculo entre ambos constructos es claramente anecdótico o han postulado (Toca
Torres & Carrillo Rodríguez, 2009) que en el mundo empresarial la cultura
es fácilmente ignorada desconociendo así su impacto sobre la efectividad
organizacional.
Investigaciones más recientes han informado que
organizaciones con cultura predominante tipo clan (Revilla-Macías,
Santana-Mondragón, & Rentería-López, 2015; Richard et al., 2009) y
orientadas a la innovación (Gálvez Albarracín & Pérez de Lema, 2011) tienen
un impacto positivo sobre el rendimiento de las empresas, mientras que culturas
jerárquicas se vinculan de manera negativa con el rendimiento. Estos
resultados, refuerzan la teoría de que la cultura organizacional es
determinante para el logro de la competitividad de las empresas (Shahzad,
Luqman, Khan, & Shabbir, 2012). En definitiva, organizaciones orientadas a
la innovación generan importantes mejoras en el rendimiento en términos de la
calidad de los productos y servicios, en la eficiencia de los procesos
internos, en las relaciones humanas internas y en la relación de la empresa con
su entorno inmediato.
Mientras que las estructuras organizacionales demasiado
rígidas, signadas por el exceso de formalismo y de procedimientos, influyen
negativamente sobre el rendimiento, especialmente en aspectos como la escasa
adaptación a las necesidades del mercado y la poca satisfacción de los clientes
(Gálvez Albarracín & Pérez de Lema, 2011). Por otra parte, también se ha
indicado (Gelfand, Keller, Leslie, & de Dreu, 2012) que las culturas
conflictivas tienen implicancias directas sobre las variables resultados, como
el rendimiento individual. Adicionalmente, en la actualidad una gran serie de
estudios han dado cuenta de una relación positiva entre ambas variables en
distintos ámbitos tales como el hospitalario (Jacobs et al., 2013;
Revilla-Macías, Santana-Mondragón, & Rentería-López, 2015), educativo
(Abdussamad, Akib, & Paramata, 2015), estudios legales (Hogan & Coote,
2014), empresas de software (Shahzad, 2014) y empresas constructoras (Martínez
Méndez, Vera Muñoz, & Vera Muñoz, 2014), entre otros. No obstante, todavía
no se ha podido establecer con claridad si la cultura de la organización
(empresa o institución) en la que una persona trabaja constituye una variable
explicativa de su rendimiento laboral. Aunque, a la luz de los antecedentes
disponibles se podría presuponer que los trabajadores de empresas orientadas
hacia los sistemas flexibles, a los empleados y a la responsabilidad social,
lograrán mayores niveles de RL que las orientadas a los resultados, a los
procesos y a los sistemas rígidos.
Medición de la cultura organizacional
Pese a que el estudio de la cultura organizacional se ha
constituido en un tópico de interés en el ámbito académico y empresarial hacia
fines de la década del 70, no existe un acuerdo en relación a la manera
adecuada de medir el constructo. Sobre este particular Schein (1985) planteó
que la cultura, al ser una construcción social de la realidad, presenta
inconvenientes para ser medida a través de cuestionarios y, por lo tanto,
sugirió que la mejor forma de abordarla es mediante el desarrollo de estudios
etnográficos. En función de ello, la bibliografía específica hace referencia a
estudios que utilizaron instrumentos ligados a vertientes cualitativas. Sin
embargo, otros autores consideran que la cultura sí es susceptible de ser
evaluada a través de escalas numéricas (Grueso Hinestroza, 2009). Los
instrumentos de medición (Tabla 2) desarrollados desde esta perspectiva pueden
ser clasificados en función del modelo de cultura organizacional al cual hacen
referencia y pretende medir, ya que la variación del concepto ha conllevado
modificaciones en la forma de medirlo (Cújar Vertel et al., 2013).
La bibliografía específica indica que los primeros intentos
por operacionalizar la cultura organizacional pueden rastrearse hacia
principios de los años ochenta. Wilkins y Ouchi (1983), por ejemplo, midieron
la cultura a partir de observaciones de distintas clases de comunidades,
detallando sus características y clasificándolas de acuerdo con rangos
establecidos.
En la mismaépoca, se presentaron otros estudios que contemplaron
otras maneras de evaluar la cultura organizacional, como el Organizational
Beliefs Questionnaire de Peters y Waterman (1982), quienes a través de un
cuestionario midieron variables como: diversión, innovación, calidad superior,
atención a detalles, toma de riesgos, competitividad, informalidad e
importancia de la gente. También se puede señalar al Organizational Culture
Inventory, de Cooke y Lafferty (1983), cuya perspectiva considera elementos
importantes para el autodesarrollo, el manejo del poder, la competitividad, la
propia realización, el perfeccionismo, la eliminación, el alcance de logros, y
en general, el alcance humanístico. mediados de la década de los 80 Hofstede y
colaboradores estudiaron las compañías pertenecientes al grupo IBM y publicaron
su artículo final en 1990. A partir de su estudio, se concluyó que las
prácticas diarias constituyen la esencia de la cultura organizacional y que,
por lo tanto, la cultura de las empresas debe ser explorada a través de las
prácticas que la tipifican. Para ello, desarrollaron una metodología en la cual
la primera fase de la investigación, de carácter cualitativo, siguió un enfoque
antropológico clásico. La segunda fase del proyecto, de naturaleza
cuantitativa, consistió en una encuesta por escrito con preguntas
precodificadas. Estas preguntas incluían las que se emplearon en el estudio
intercultural de IBM y, además, se incluyeron muchas percepciones de las
prácticas diarias que no se habían cubierto en los estudios interculturales
(Hofstede, 2011). El cuestionario, validado inicialmente con una muestra de
1295 sujetos de 10 organizaciones de Dinamarca y Países Bajos, recoge
información relacionada con la percepción y valoración de los símbolos, héroes,
rituales y valores de la compañía. Los aspectos relacionados con los tres
primeros conceptos fueron agrupados (Hofstede et al., 1990) en una gran
categoría de 54 ítems denominada “Prácticas”; los “Valores”, por su parte,
fueron descritos mediante 50 preguntas, 22 orientadas a valorar los objetivos
del trabajo y 28 a valorar las creencias generales en el trabajo.
Posteriormente, Verbeke (2000) realizó una adaptación de la
escala de prácticas organizacionales (Hofstede et al., 1990). El creciente
interés sobre las posibilidades de las prácticas para influir sobre el
comportamiento organizacional, motivó la incorporación de nuevos ítems y una
nueva validación. Tales procedimientos dieron por resultado un instrumento
compuesto por seis subescalas, de las cuales cuatro (procesos vs. resultados;
empleado vs. tarea; sistema abierto vs. cerrado; sistema rígido vs. flexible)
mantuvieron las denominaciones dadas por Hofstede, en tanto que las dos
restantes fueron identificadas como responsabilidad social vs. auto-interés
(similar a la dimensión normativa vs. pragmática de la escala original) y
mercado vs. empresa (referida a la implementación o no de prácticas orientadas
hacia la competición y conquista de clientes).
Dentro de la misma línea, el cuestionario Global Research
Program (GLOBE’S) fue inspirado en los postulados teóricos de Hofstede (House
et al., 2002). Este instrumento está compuesto por nueve dimensiones: (a)
distancia al poder, (b) evitación de la incertidumbre, (c) orientación humana,
(d) asertividad, (e) equidad de género, (f) orientación hacia el futuro, (g)
orientación hacia el desempeño, (h) individualismo-colectivismo, e (i)
colectivismo organizacional. El mismo se caracteriza por facilitar la medición
de los valores tanto a nivel social, como a nivel organizacional, con
propiedades psicométricas satisfactorias.
Otro instrumento que tomó como marco el modelo de Hofstede
fue la escala desarrollada por Grueso Hinestroza (2010). La misma contiene 35
reactivos para evaluar las cinco dimensiones del modelo referido, en una escala
tipo Likert de 5 puntos (variando desde 1=“nada frecuente” a 5=“muy
frecuentemente”). En Argentina, particularmente, la Escala de prácticas
organizacionales (Omar, 2005), explora tres de las prácticas de gerenciamiento
de recursos humanos propuestas por Hofstede (1997) (procesos vs. resultados,
empleado vs. tarea, sistemas abiertos vs. cerrados) y dos de las identificadas
por Verbeke (2000) (sistemas flexibles vs. rígidos y mercado vs. empresa). Esta
escala está integrada por 25 ítems, con formato Likert de 5 puntos (variando desde
1=“nada frecuente” a 5=“muy frecuentemente”).
Paralelamente, se han desarrollado instrumentos que
responden a los otros modelos tradicionales de la cultura organizacional. De
esta manera, surgieron las escalas basadas en el modelo de Valores en Competencia.
El principal instrumento basado en este modelo es el Organizational Culture
Assessment Instrument (OCAI) (Quinn & Spreitzer, 1991), que ha tenido una
amplia difusión en el mundo y, además, ha sido adaptado para su uso con otras
poblaciones, tanto en inglés (Heritage, Pollock, & Roberts, 2014) como en
español (Calderón Hernández & Serna Gómez, 2009; Naranjo-Valencia,
Sanz-Valle, & Jiménez-Jiménez, 2008; Revilla-Macías et al., 2015). Dentro
de este grupo, también se puede considerar al First Organizational Culture
Unified Search (FOCUS) diseñado por Van Muijen et al. (1999). El FOCUS es una
escala de carácter descriptivo-evaluativo que se compone de 75 afirmaciones, de
las cuales 40 describen el clima organizacional y 35 evalúan la cultura. Esta
escala mide el grado en que los individuos consideran que determinadas
características están presentes en sus organizaciones y fundamentalmente
permite identificar los cuatro tipos de cultura identificadas por el modelo. Ha
sido validada en 12 países europeos y ha mostrado tener propiedades
psicométricas satisfactorias (Grueso Hinestroza, 2009).
Particularmente, O'Reilly et al. (1991) diseñaron un
instrumento llamado Organizational Culture Profile (OCP) integrado por 54
proposiciones referentes a valores individuales (31 ítems) y organizacionales
(23 ítems), a ser evaluadas mediante nueve categorías desde lo más a lo menos
deseable. Este estudio fue llevado a cabo en cuatro etapas: en la primera, se
describieron los elementos que estarían contenidos en la lista, que
describieran cualquier organización, que no fueran característicos de todas las
personas en las organizaciones y que fuesen fáciles de entender. La segunda
etapa consistió en la evaluación de las características de la empresa,
invitando a grupos de las mismas organizaciones para que las clasificaran de
acuerdo con su grado de importancia. En una tercera fase, se evaluó el grado de
importancia que los empleados asignaron a cada uno de los elementos para formar
parte de la organización a la cual pertenecían. En la última fase, se calculó
una puntuación de ajuste persona-organización de cada individuo al
correlacionar el perfil de preferencias individuales con el de la empresa para
la cual la persona trabajó. Recientemente, una validación de la versión
abreviada (26 ítems) de este instrumento (Marchand et al., 2013) indicó que el
mismo, además, puede ser conceptualizado en función de las cuatro dimensiones
del modelo de Valores en Competencia.
Otro de los modelos tradicionales en función del cual se ha
desarrollado un instrumento ampliamente difundido es el de Denison. El mismo es
conocido como Denison Organizational Culture Survey (DOCS; Denison & Neale,
1996) y está compuesto por 60 ítems agrupados en 12 subescalas referidas a las
cuatro dimensiones culturales (involucramiento, consistencia, adaptabilidad y
misión) planteadas en el modelo. Las respuestas son valoradas en una escala
tipo Likert de 5 puntos (variando desde 1=”completamente en desacuerdo” a 5=
“completamente de acuerdo”), más una opción de “no aplicable”. En este caso,
los cuestionarios individuales son tabulados en un perfil gráfico que compara
la cultura organizacional con una base de datos normativa global de más de 700
organizaciones con bajos y altos desempeños. Recientemente, este instrumento ha
sido traducido al español y validado (Bonavia, Prado, & Barberá, 2009). Análisis
factoriales confirmatorios, señalan que esta adaptación posee propiedades
psicométricas adecuadas, siendo una réplica casi total de la estructura
planteada en la versión original.
Finalmente, la bibliografía específica destaca una gran
cantidad de estudios cualitativos, cuyo fin primordial ha sido mostrar la
manera en que los actores significan los acontecimientos y las acciones del
mundo organizacional. En algunos países como Brasil y Venezuela, los estudiosos
de la cultura han optado por crear instrumentos cualitativos ajustados a su
propio contexto (Toca Torres & Rodríguez Carrillo, 2009). Pirela y Sánchez
(2009), por ejemplo, llevaron a cabo su investigación sobre la cultura y el
aprendizaje organizacional desde esta perspectiva, basada en el paradigma
pospositivista y el método hermenéutico. La misma concluyó que en las
organizaciones estudiadas (instituciones públicas de educación básica del
municipio Maracaibo) prevalecen principios establecidos tácitamente, como la
misión. A su vez, indicaron que los valores considerados importantes para este
grupo son: responsabilidad, honestidad, solidaridad, dedicación y compromiso
con la enseñanza y los alumnos. En esta línea de trabajo, Ribeiro Souto y
Coutinho García (2009) realizaron entrevistas semiestructuradas en el sector
hotelero y encontraron que las principales características de la cultura que
guían las acciones de los hoteles están ancladas en los valores que emanan de
la empresa: respeto, confianza, innovación, espíritu de superación y rendimiento.
Asimismo, verificaron una fuerte influencia de la cultura de la organización
tanto en las prácticas de gestión de recursos como en las actividades de los
empleados y gerentes. Investigaciones de este tipo, permiten una mayor
profundización en el estudio de la cultura de las organizaciones, en tanto
brindan percepciones estructuradas de los propios sujetos y sobre la forma en
que éstos se adaptan a los cambios internos. De esta manera, se privilegió el
conocimiento de intereses, vivencias y motivaciones, así como de elementos
encubiertos e invisibles (Toca Torres & Rodríguez Carrillo, 2009).
En función de esta división, entre perspectivas
cuantitativas y cualitativas, Denison (1990) sugiere continuar manteniendo la
diferencia metodológica. Habida cuenta que si bien las percepciones son
fácilmente mesurables a través de cuestionarios, se requieren los enfoques
cualitativos para describir los supuestos básicos y los valores.
Conclusiones
La cultura organizacional es uno de constructos más
controvertidos dentro del ámbito de la psicología organizacional. Reflejo de
ello es la proliferación de diferentes modelos, tipificaciones y modos de
evaluarla. De esta falta de acuerdo se desprende la inexistencia de una
definición unívoca de la cultura organizacional (Bellou, 2010). Sin embargo,
los especialistas han coincidido en señalar que el núcleo de la misma son los
las prácticas organizacionales (Berson, et al., 2008; Hofstede et al., 1990;
Omar & Urteaga, 2010).
Paralelamente, aspectos tales como el liderazgo y la cultura
nacional han sido indicados como variables predictoras de la cultura
organizacional. En relación a este punto, se ha destacado (Omar & Urteaga,
2010) que la adopción de determinadas prácticas organizacionales se vincula
estrechamente con el origen de la organización. Sin embargo, aún no se ha
logrado esclarecer si es el líder quien incide sobre la cultura organizacional
de una empresa o bien es la cultura de una organización la responsable de
definir el perfil del líder. Por lo tanto, se ha planteado que el estilo de
liderazgo es, a su vez, antecedente y consecuencia de la cultura de una
organización (Toca Torres & Carrillo Rodríguez, 2009).
Investigaciones actuales sobre el tema han informado
asociaciones entre la cultura organizacional y algunos resultados
organizacionales relevantes tales como compromiso con la empresa, los deseos de
seguir perteneciendo a ella (Omar & Urteaga, 2010), la satisfacción laboral
(Belias & Koustelios, 2014), la salud mental y el bienestar del empleado (Marchand
et al., 2013), entre otros. También se han registrado algunas vinculaciones
específicas entre la cultura organizacional y el rendimiento laboral (Azanza et
al., 2013; Cújar Vertel et al., 2013; Mushtaq et al., 2013; Zafer Acar &
Acar, 2014). No obstante, todavía no se ha podido establecer con claridad si la
cultura de la organización (empresa o institución) en la que una persona
trabaja constituye una variable explicativa de su rendimiento laboral.
Adicionalmente, muchas de estas conclusiones parten de
distintas concepciones de cultura organizacional, lo que impide una clara
sistematización de los resultados obtenidos en torno al constructo y la
generalización de los mismos. Consecuentemente, a la hora de evaluar la cultura
organizacional de una empresa, desde la perspectiva de cualquiera de los
modelos anteriormente citados, se dispone de distintos instrumentos para
medirla y diferentes modos de clasificarlas. Sumado a ello, ninguno de los
modelos desarrollados hasta el momento es completamente incluyente ni
totalmente correcto (Hernández Sampieri et al., 2014).
En este sentido, si bien el modelo de los Valores en
Competencia (Cameron & Quinn, 2011) cuenta con mayor evidencia empírica en
América Latina, posee mayor sencillez y claridad conceptual (Hernández Sampieri
et al., 2014) no ha logrado la aceptación de toda la comunidad científica.
Coincidentemente, el modelo de Hofstede (1997), que tuvo un gran desarrollo en
otras partes del mundo y hoy en día ha comenzado a incorporarse en estudios
llevados a cabo en Latinoamérica (Grueso Hinestroza, 2009), tampoco ha
alcanzado una plena aceptación de los estudiosos. Por su parte, el modelo de
Schein (1988) ha demostrado algunas dificultades a la hora de aplicarse en las
organizaciones ya que los supuestos básicos (inconscientes) resultan difíciles
de identificar y, más aun, de cambiar.
Frente a este panorama, la agenda para las futuras
investigaciones sobre cultura organizacional debería incluir, al menos, los
siguientes aspectos: (a) esclarecer las variables que determinan la cultura
organizacional; (b) analizar la relación de la cultura organizacional con otros
constructos organizacionalmente relevantes diferentes de los tradicionalmente
evaluados; (c) determinar los modos en que la cultura organizacional se
relaciona con otras variables de importancia como la cultura nacional, el
liderazgo y el rendimiento laboral; (d) incorporar terceras variables al
estudio de la relación entre ellas; (e) desarrollar un modelo explicativo de la
cultura organizacional que sea totalmente incluyente y abarcativo; y (f)
generar una herramienta eficaz que caracterice dicho constructo y mida su
preeminencia en todo sistema.
Finalmente, la presente revisión presenta algunas limitaciones
entre las que se encuentran aquellas derivadas del posible sesgo de selección
introducido por los criterios de inclusión definidos, vale decir, la inclusión
mayoritaria de estudios en inglés y el hecho de acceder exclusivamente a
artículos a texto completo de acceso abierto. A pesar de tales limitaciones, la
misma constituye una puesta al día sobre los estudios de la cultura
organizacional que puede ser de utilidad práctica para los profesionales de la
administración, del gerenciamiento de los recursos humanos, de la psicología
organizacional, y similares áreas de interés.
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Notas
1. El presente trabajo ha sido realizado en el marco de la
beca doctoral otorgada al autor por el CONICET (Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas), y dirigida por la Dra. Alicia Omar
(CONICET; Universidad Nacional de Rosario, Argentina)
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