Freud y el pensamiento moderno
Marco Alexis Salcedo Serna
Universidad Nacional de Colombia / Colombia
Marco Alexis Salcedo Serna. Profesor Asociado,
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ingeniería y administración,
Palmira. Correos electrónicos: masalcedos@unal.edu.co,
marcoalexissal@hotmail.com.
Recibido: 4 de Febrero de 2017
Aprobado: 2 de Junio de 2017
Referencia recomendada: Salcedo, M. (2017).
Freud y el pensamiento moderno Revista de Psicología GEPU, 8 (2), 131-142.
Resumen: El siguiente artículo se propone
analizar el papel que cumplió el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en el
pensamiento occidental moderno. Se afirmará en el texto que Freud fue una
figura intelectual central en el pensamiento que caracteriza a esta
época. La discusión se alimenta especialmente de las afirmaciones
producidas por dos personajes emblemáticos de la filosofía contemporánea,
Michel Foucault y Richard Rorty, quienes no sólo resaltan el papel
fundamental de la doctrina freudiana en nuestra cultura sino que también
indican sus principales aportes. Al final se concluye que esta discusión
sobre Freud deja planteada una cuestión filosófica todavía no resuelta: ¿qué es
la modernidad?
Palabras Clave: Psicoanálisis, Modernidad,
Psicología, Foucault.
Abstract: The following article analyzes
the role played by the father of psychoanalysis, Sigmund Freud, in modern
Western thought. It is established in the text that Freud was a central
intellectual figure in thinking that characterizes this era. The discussion is
especially feeds statements produced by two emblematic figures of contemporary
philosophy, Michel Foucault and Richard Rorty, who not only highlight the
fundamental role of Freudian doctrine in our culture but also indicate its main
contributions. Finally we conclude this discussion of Freud leaves raised a
philosophical question still unresolved: What is modernity?
Key
words: Psychoanalysis,
Modernity, Psychology, Foucault.
La importancia de Freud como pensador moderno
Cosa consabida es señalar que Sigmund Freud es una de las
figuras intelectuales más importantes de la reflexión psicológica. En un libro
corriente de psicología general o de historia de la psicología se dedicará
cuando menos uno de sus capítulos centrales a describir los planteamientos
generales de la doctrina freudiana, principalmente los más conocidos, como sus
referencias teóricas a la sexualidad, las pulsiones, el inconsciente, los
mecanismos de defensa, el superyó, entre otros. En los listados de “The
100 Most Eminent Psychologists of the 20th Century” Freud aparece como
héroe de una ciencia, la psicología, cuya labor profesional le permite disputar
la gloria máxima con otros “grandes psicólogos” como Jean Piaget, Carl Rogers,
Wilhelm Wundt, Burrhus Frederic Skinner (Haggbloom, 2002, pág.
144).
La razón típica que se emplea para explicar por qué ellos
han sido catalogados como los más eminentes psicólogos, señala que sus
investigaciones lograron discernir algunos de los aspectos más fundamentales de
la condición humana, no percibidos por todos aquellos quienes les antecedieron.
Este aserto es una inconfundible componenda de la racionalidad positivista que
ha dominado la historiografía de las ciencias, y que hace creer que toda forma
de discurso valido corresponde a un acercamiento a la verdad, producto
del esfuerzo intelectual por reducir el anclaje que ha tenido la humanidad en
las explicaciones metafísicas propias del pensamiento precientífico. De este
modo, Freud, al igual que los otros héroes intelectuales de la psicología,
serían elogiados por haber desarrollado con su teoría una empresa
des-mistificadora, una empresa de superación de algunos de los errores y
distorsiones que dominaban la comprensión de lo humano en las épocas
anteriores, marcando así extensamente la manera en que los psicólogos
actualmente piensan y actúan como profesionales y científicos.
Esta máxima le confiere a Freud una distinción que no es
insignificante y su justificación es probable que le resulte plausible para la
gran mayoría de los profesionales de la psicología. Sin embargo, es
problemática si se analiza con cuidado, pues encierra la doctrina freudiana
dentro las huestes de un psicologismo disciplinario que él mismo cuestionó, y
que él supo trascender. Además, la mirada intra-disciplinaria no permite ver
que Freud repercutió con gran estruendo más allá del campo disciplinar de la
psicología. Desde esta lectura intradisciplinaria, los autores de la psicología
a destacar son tantos que se puede realizar sin mayor dificultad un listado de
cien nombres (Haggbloom, 2002), pero viendo la realidad disciplinaria por fuera
de la psicología, en el contexto general de la filosofía, las ciencias humanas
y sociales, la lista de honor empieza reducirse a unos cuantos, hasta el punto
que establecer una lista de 10 nombres de psicólogos que hayan transcendido su
ciencia resulta un enorme desafío.
Particularmente, desde la filosofía, además de Freud, se
puede recordar, por ejemplo, a Jean Piaget, quien en la década de los años 60
fue visto por varios filósofos como fuente de algunas de las ideas que
transformaron la manera de aprehender sus objetos de investigación filosófica.
Verbigracia, Thomas Kuhn en su célebre libro de 1962 La estructura de las
revoluciones científicas, señala que él tenía una deuda intelectual con Jean
Piaget (1983, pág. 11), quien junto con los psicólogos de la Gestalt le
permitieron pensar a la ciencia y sus cambios de una manera completamente
distinta a como la tradición historiográfica positivista lo indicaba.
Otro psicólogo que cabe mencionar y que logró superar los
restrictivos confines de su disciplina fue Jhon Dewey, precisamente más
conocido por su condición de filósofo y de pedagogo que de psicólogo.
Junto con Charles Pierce y William James, Dewey constituyó el movimiento
filosófico pragmatista, de enorme impacto en la filosofía norteamericana
contemporánea. Y finalmente se puede nombrar a B. F. Skinner, cuyo
radical pensamiento sobre el comportamiento humano le permitió convertirse en
un punto de referencia para autores de diversas disciplinas en el siglo XX,
entre ellas, la filosofía.
“El tipo de críticas que suscita su obra es prueba de la
calidad e importancia de su pensamiento. Se han hecho una media docena de
análisis críticos serios sobre uno u otro aspecto del pensamiento de Skinner.
La revista inglesa Punch publicó una sátira de una página sobre las máquinas de
enseñar y la enseñanza programada…. Joseph Wood Krutch, eminente crítico
literario de la Universidad de Columbia, escribió en The measure of
man (1953) una crítica de Walden dos, calificándola
de “vil utopía”. Michael Scriven (1956) leyó pasajes de su obra A study
of radical behaviorism en un coloquio de filosofía de la ciencia
organizado por la Universidad de Minnesota. Noam Chomsky (1959), profesor del
Instituto Tecnológico de Massachusetts, publicó en Language una
larga crítica lingüística de Verbal behavior …. En
todas las categorías intelectuales, una serie impresionante de personalidades
ha estudiado a Skinner con suficiente seriedad para medirse con él”
(Smith, 1999. Pag 8 ).
Ahora bien, si nos salimos del contexto de la ciencia y la
filosofía contemporánea y nos ubicamos en un escenario muchísimo más vasto como
es el de la cultura occidental, que cubre cuando menos 26 siglos hasta la fecha
de hoy, subdividida filosóficamente en dos grandes periodos, la época antigua y
la época moderna, desde ese contexto tan general en el tiempo y en el espacio,
sólo unos cuantos nombres sobresaldrían, de millones y millones que se podrían
enumerar. Sabemos que en el período antiguo de la cultura occidental destacan:
Homero, el gran educador, "quien educó a Grecia y que, en lo que
se refiere al gobierno y dirección de los asuntos humanos, es digno de que se
le coja y se le estudie” (Platón citado por Ortega, 1999. Pág 58);
Sócrates, una figura histórica que Pierre Hadot señala comparable a Cristo
(Hadot, 1998. Pag 35), pues, entre otros aspectos, dividió el pensamiento
filosófico en dos, en los presocráticos y los socráticos; Platón, de tal
transcendencia en el pensamiento filosófico que llevó a que el filosofo de
Cambridge.
El inglés Alfred Whitehead indicara que la
filosofía occidental no era sino notas a pie de página de los
diálogos de Platón; Aristóteles, magister Alexandri magni, el maestro de
Alejandro Magno, cuyo corpus intelectual tuvo tal autoridad en la edad media,
que por antonomasia su nombre representó la figura del Magister; y
Cristo, palmariamente el personaje de orden religioso y espiritual más famoso e
influyente de la historia de occidente. Estos son sin duda los personajes más
importantes del pensamiento antiguo occidental, pues toda forma de discusión,
de justificación racional, de estructura social y política, de relación consigo
mismo, de trato con los demás, estuvo marcada por el pensamiento de alguno de
ellos.
Por su parte, en esta época actual, la moderna, otros son
los nombres que despuntan sobre los demás, provenientes de campos disciplinares
distintos, pero todos con la particularidad de que han constituido el nuevo
espejo desde el cual el hombre occidental se mira, con las implicaciones
sociales, políticas, individuales, que puede generar la nueva imagen que
adoptamos de nosotros. En un listado selecto de nombres estarían por lo menos
Martin Lutero, Nicolás Copérnico, Rene Descartes, Enmanuel Kant, Isaac Newton,
Charles Darwin, Karl Marx, Frederick Nietzsche, Albert Einstein, y por
supuesto, Sigmund Freud. Si adoptáramos el abreviado listado que propuso Michel
Foucault para enumerar a quienes más profundamente han constituido el ethos
moderno, nuevamente allí se encuentra Freud, al lado de Marx y Nieztsche
(Foucault, 1969). Y si abrazáramos la enumeración hecha por el mismo Freud,
entre los patronímicos a relucir estarían los de Copernico, Darwin, y el de
él mismo. En ese sentido, en un acto de muy poca modestia, Freud
afirmó lo siguiente:
En el curso de los tiempos, la humanidad ha debido
soportar de parte de la ciencia dos graves afrentas a su ingenuo amor propio.
La primera, cuando se enteró de que nuestra Tierra no era el centro del
universo, sino una ínfima partícula dentro de un sistema cósmico apenas
imaginable en su grandeza. Para nosotros, esa afrenta se asocia al nombre de
Copérnico…. La segunda, cuando la investigación biológica redujo a la
nada el supuesto privilegio que se había conferido al hombre en la Creación,
demostrando que provenía del reino animal y poseía una inderogable naturaleza
animal. Esta subversión se 'ha consumado en nuestros días bajo la influencia de
Darwin, …. Una tercera y más sensible afrenta, empero, está destinada a
experimentar hoy la manía humana de grandeza por obra de la investigación
psicológica; esta pretende demostrarle al yo que ni siquiera es el amo en su
propia casa, sino que depende de unas mezquinas noticias sobre lo que ocurre
inconscientemente en su alma (Freud, “, pág. 260).
Esta última enumeración no es consecuencia de la muy alta
estima en que Freud se tenía a sí mismo. Paul Ricouer, Michel Foucault, Donald
Davidson, Jerome Bruner, Richard Rorty, Jurgen Habermas, en fin, intelectuales
contemporáneos de elite, unos franceses, otros norteamericanos, otro Alemán,
coinciden en señalar que sin importar el numero de personajes que conformarían
el catálogo de autores que han determinado el “nosotros” que nos rige en la
actualidad, pequeño o grande, el nombre de Freud estaría allí, por cierto él
único de la larga lista que conviene en establecer la crónica disciplinaria de
la psicología de los 100 psicólogos más influyentes en su historia. No hay
ningún otro, sólo Freud. Desde la misma época de vida Freud esto ya se
anticipaba. Al respecto decía Ortega Y Gasset:
“El Dr. Sigismundo Freud es un judío profesor de
Psiquiatría en Viena. Esto es ya bastante. Pero, según un número considerable
de gentes, de médicos jóvenes, sobre todo, es mucho más que eso: es un profeta,
un descubridor de ciertos secretos humanos, cuya patentización ha de ejercer
una profunda influencia reformadora no sólo en la terapéutica de los
neuróticos, sino en la psicología general, en la pedagogía, en la moral
pública, en la metodología histórica, en la crítica artística, en la estética,
en los procedimientos judiciales, etcétera” (Ortega Y Gasset. 1966.
pag 219).
El colosal honor que Ortega ya comenzaba a anticipar del
lugar que ocuparía Freud en la galería de los próceres ilustres del pensamiento
moderno y años después muchos otros confirmaron, no es debido a que él haya
descubierto, a la postre, la verdad última de la condición humana, sacándola de
esa maraña de confusiones, errores y desaciertos que doctrinas anteriores
cometieron. “Decir que el léxico de Freud capta la verdad de la
naturaleza humana, o que el de Newton capta la verdad de los cielos, no es
explicar nada” (Rorty, 1991, pág. 31). La gloría de Freud tampoco es
producto de que haya establecido el único dispositivo terapéutico útil para
ayudar a las personas a enfrentar su malestar psíquico; bien se sabe que hay
muchas formas de psicoterapias (Sampson, 2001), y bien se sabe, a través de lo
que varios investigadores han llamado the paradox of outcome equivalence
(Luborsky, Singer, and Luborsky, 1975) que no existe un modelo terapéutico
cualitativamente superior en comparación con otros; todos ellos, cuando han
sido implementadas por un terapeuta competente, logran resultados destacables
en los objetivos que establecen. Ni él mismo Freud, con su poca modestia,
hubiera afirmado la infalibilidad teórica y aplicativa del psicoanálisis. Al
fin y al cabo, Freud era un científico, y cualquier científico sabe que toda
teoría que se precie de tener ese estatuto epistemológico, es susceptible de
ser eliminada, hasta la más ratificada.
Freud entendía muy bien en qué radicaba su máxima gloria, la
cual podía conllevar a que su nombre continuara “en el curso de los tiempos”. Y
la revela precisamente en ese anterior fragmento en el que dice que su nombre
iba a estar al lado de otros dos notables del pensamiento moderno, Charles
Darwin y Nicolás Copérnico. Los grandes protagonistas del pensamiento moderno
han sido quienes a través de sus doctrinas han diluido la confianza que la
humanidad occidental ha tenido hacia ciertos supuestos, especialmente de aquellos
que han guarnecido el orgullo (narcisismo) y la seguridad de la acción y decir
humana. Acertadamente decía Ortega y Gasset, “El doctor Freud… un
ciudadano que, entre otras cosas, se dedica a interpretar los sueños de los
neurasténicos acaudalados, como aquel mancebo de la Biblia solía hacer con las
pesadillas de Faraón… es, en realidad, ... un hombre ingenioso, … ocupado en
desmoralizar la especie adamita” (Ortega Y Gasset. 1966. pag
219)
La doctrina freudiana, más allá del modelo de mente que formuló
y que compete fundamentalmente a psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas,
implementó una notable tarea de crítica hacia variados supuestos del
pensamiento occidental que muy pocos han conseguido, especialmente filósofos.
Por ello, Foucault llegó a aseverar lo siguiente: Freud n'était pas
philosophe et n'avait aucune intention de l'être. Mais le fait qu'il ait décrit
la sexualité comme il l'a fait, qu'il ait ainsi mis au jour les
caractéristiques de la névrose et de la folie montre qu'il s'agit bien d'un
choix originel. À bien y réfléchir, un tel choix opéré par Freud est bien plus
important pour notre culture que les choix philosophiques de ses contemporains,
comme Bergson ou Husserl (Foucault, «Folie, littérature,
société». Pág. 974). Que sea más transcendental para nuestra cultura la
labor reflexiva desarrollada por Freud que la efectuada por filósofos
profesionales como Bergson y Husserl quizás sea un asunto que requerirá mayor
discusión, pero por lo menos nos indica que hay en la elaboración freudiana una
serie de aportes inestimables que deben ser expuestos y debatidos,
especialmente en el área de la filosofía que más comprometió Freud con su
palabra, la filosofía moral.
Freud ha sido entonces la única figura de las disciplinas
Psy que se ha convertido en un tema filosófico, fundamentalmente por su empresa
crítica que organizó hacia la modernidad. Ha sido norma para diversos filósofos
contemporáneos exaltar a Freud, postulándolo como guía de reflexión, cada vez
que se hacía evidente la dimensión negativa, crítica, de su propuesta. Su
metapsicología propició profundas des-ilusiones hacia principios fundamentales
que estructuraron formas de saber y prácticas sociales milenarias de la cultura
occidental. En otras palabras, su doctrina logró cumplir un papel
des-mistificador, no en el sentido positivista de tender un puente hacia la
morada donde habita la verdad, abandonando así erróneas creencias y
explicaciones de la realidad; es desmitificador como opositor de lo que
representa el término mitos, lo que implica la preservación de la irremediable
distancia que el hombre tiene con lo eterno, inmutable y transcendental. Desde
lecturas no positivistas (hermenéuticas e históricas), lo mítico se comprende
como “lenguaje del origen”, saber de certezas, de verdades absolutas, de
principios inmutables y universales, de fundamentos transcendentales, que
expresan seres divinos como los sabios o iluminados. Luego, quien como Freud
ilustra con su doctrina la necesaria y afortunada tensa relación que debemos
tener con la verdad, anota Rorty, lo que finalmente vienen a realizar es el
pasaje a un punto en el que ya no se venera nada, en el que a nada se
trata como a una cuasi divinidad, en el que se trata a todo --nuestro lenguaje,
nuestra consciencia, nuestra comunidad-- como producto del tiempo y del azar.
(Rorty, 1991) El sujeto con una actitud moderna pretende destituir al
Mythos, o por utilizar una expresión en boga, de-construirlo, revelando a
través de su operación desmitificadora, y en alusión a la obra más célebre
de Marshall Berman, que “todo lo solido se desvanece en el aire”.
Por lo demás, esta es una labor que probablemente Freud
retoma de la obra de Nietzsche, un autor cuyo pensamiento es considerado uno de
los más cruciales en la filosofía contemporánea por ser responsable de ese
grave estado de desorden que Alasdair Macintyre denuncia en el lenguaje moral.
Macintyre declara en Tras la virtud (2004, pág. 14) que,
aunque continuamos usando muchas de las expresiones clave de la moral, hemos
perdido –en gran parte, si no enteramente- nuestra comprensión, tanto teórica
como práctica, de la moral; de ahí entonces que concluya que sólo poseemos
simulacros de moral. Nietzsche es declarado el principal responsable de esta
caótica situación porque con su doctrina de la sospecha destruyó la confianza
que los hombres occidentales habían depositado en una serie de principios
filosóficos que habían organizado la sociedad: la verdad, el bien, la moral, la
justicia. Estos principios habían tenido en Platón y en Aristóteles a sus
principales mentores y se sintetizaban en la idea de Dios. Al mostrar la
imposibilidad que teníamos de diferenciar entre realidad y apariencia,
Nietzsche condenó a la muerte a Dios, lo que nos dejó expuestos a un
agnosticismo moral cuyas repercusiones todavía no se alcanzan a
vislumbrar.
El punto a subrayar es que la empresa crítica que Nietzsche
implementó contra la moral fue efectivamente continuada por otros. Numerosos
filósofos, científicos y autores cerraron filas alrededor de este personaje del
siglo XIX, reconociendo que sus reflexiones fueron iluminadas, en palabras de
Michel Foucault, con le soleil de la grande recherche
nietzschéennne (Foucault, “Préface”. En: Dits et Ecrits 1,
pág. 190). Según lo dice Richard Rorty, Sigmund Freud fue en el siglo XX quien
mejor logró consolidar la labor deconstructiva de Nietzsche, al “haber
introducido y haber hecho visible y aceptable la idea nietzscheana de la
verdad como “un ejército móvil de metáforas”, estableciendo esta idea como
un verdadero a priori del habla empírica, como un lugar común de la cultura”
(Rorty, 1991, pág 35)
Conforme a lo anterior podemos afirmar que la doctrina
freudiana ha tenido un inestimable valor, no por el contenido mismo que
defiende, o la explicación que formula, sino por el NO que articula. Su
carácter infernal la ha hecho apreciable en extremo. A guisa de su mentalidad
mitopoética nietzscheana, que lo impulsó a caminar por los senderos de la
herejía y a evaporizar la consistencia de preceptos sagrados del pensamiento
occidental, Freud se convirtió, de acuerdo con Bloom, citado por Rorty, en
nuestro máximo teólogo y filósofo moral en nuestra era, como nuestro principal
psicólogo y hacedor de ficciones (Rorty, 1991, pág. 45). Su estrategia no
consistió en convertirse en un astuto dialectico, capaz de expresar poderosos
argumentos escépticos, que acompañados del peso de alguna autoridad que
respaldaba el valor de verdad de lo que enunciaba, hacían dudar al más
ferviente creyente. Su estrategia fue desarrollar una paciente y silenciosa
labor arqueológica que supuso, en términos de Foucault, una efectiva
sustitución de la reflexión de la racionalidad del conocimiento por el análisis
de lo que es considerado cómo verdadero.
No se puede desconocer que la mayoría de los autores que
realzaron la proyección de Freud en el pensamiento moderno, también recalcaron
en sus limitaciones y en la urgencia de trascenderlo. Verbigracia, Georges
Politzer habló de la deuda que dejo Freud con el hombre moderno al no haberlo
podido sacar de la condición de esclavo y de infrahumano en que la sociedad
actual lo colocaba (Politzer, 1978), por ser el psicoanálisis, al final de
cuentas, también víctima de los mismos prejuicios que gobernaban a la psicología
clásica.
De igual manera, Foucault le reclamó a Freud que su teoría y
su terapéutica repudiaba el análisis de la alienación histórica en que se
encontraba el hombre moderno. Es decir, decía Foucault en Enfermedad mental y
personalidad, Freud elaboró una teoría que generaba una comprensión, un
abordaje y una intervención del hombre que desconocía las condiciones
históricas y sociales en que habitaba cada ser humano (Foucault, 1984). Sin
embargo, y a pesar de la posible validez que se le pudiera conceder a tales
cuestionamientos, a Freud se le reconoce, más allá de cualquier recelo que
origine sus formulaciones, que llevó a cabo a través de su análisis una larga,
infatigable investigación histórica que daba cuenta de cómo la realidad
subjetiva, la dura realidad del sujeto, se fue objetivando.
La mayoría de los autores que elogian a Freud coinciden en
destacar el poder que tuvo su doctrina para desencantarnos, para ayudarnos a
entender que tras la bruma no existían monstruos, lo que prefigurará e impulsará
todo el movimiento de discusión política en las ciencias que se producirá a
mediados del siglo XX y que le permiten a Ernesto Laclau decir que el reino de
la filosofía ha llegado a su fin y ha comenzado el reino de la política
(Laclau, citado por Slavoj Zizek. 2001, pág 187).
Los aportes de Freud al pensamiento moderno
Entre los variados, pero fundamentales preceptos del
pensamiento occidental que Freud deconstruyó podemos enumerar estos
cuatro.
La antropología positivista: Durante el siglo
XIX y parte del siglo XX las ciencias humanas y sociales adoptaron a las
ciencias naturales como modelo de ciencia, las cuales determinaron el método a
utilizar y la forma de análisis teórico a llevar a cabo. Todas las disciplinas
que estudiaban la condición humana abordaron teóricamente la dinámica de
funcionamiento del ser humano basadas en la isomorfía de La Mettrie del Homme
machine, que suponía la existencia de fuerzas causales de la acción humana
iguales en dignidad a las fuerzas físico químicas inherentes a la materia y
reducibles a la fuerza de atracción y repulsión. Guiados por las pautas que
brindaban estos planteamientos, la psicología, la sociología, la medicina, la
antropología, entre otras, se propusieron sustituir el lenguaje metafísico de
las elaboraciones nocionales precientíficas por un lenguaje similar al que se
originaba en la descripción de los mecanismos que exponía la física y la
química. Como es obvio suponerlo, este fue un propósito disciplinario que no
avanzó sin una fuerte resistencia.
Verbigracia, el filósofo Franz Brentano, el maestro de
Husserl, cuestionó la metáfora de La Mettrie sosteniendo que los seres humanos
tenían libertad de querer, facultad de deliberar y capacidad de adoptar y dar
vida a algunas cosas por medio de la discusión. A su turno, Edmund Husserl,
continuó las enseñanzas de su maestro, transmitiendo en varios de sus textos su
preocupación por las nefastas consecuencias que traía para la sociedad
contemporánea la consolidación de la mentalidad positivista en la comprensión
del ser humano. La reducción positivista de la idea de ciencia a mera ciencia
de hechos, afirmó Husserl, era un grave error, puesto que implicaba la pérdida
de significación para la vida (Husserl, 2008). Entonces, independientemente de
cualquier formulación freudiana, el pensamiento positivista fue objeto de duro
reparos.
Lo que tiene de particular la crítica que desarrolló Freud
contra esta antropología positivista es que su doctrina fue la que logró el
efectivo desengaño por ese modelo positivista, permitiendo que los psicólogos
pudieran percibir la importancia de temáticas antes no integradas en la
reflexión psicológica como el sentido, la historia, los conflictos sociales,
las pautas culturales (ver Foucault, 1994). En efecto, “fue en el curso
de la reflexión freudiana como el análisis causal se transformó en génesis de
significaciones, como la evolución dio lugar a la historia, y como se
substituyó el recurso a la naturaleza por la exigencia de analizar el medio
cultural” (Foucault, 1994, pág. 10). Décadas antes de que Foucault
afirmará lo anterior, Georges Politzer ya lo había indicado. Politzer afirmó
que la principal virtud de la obra de Freud es que proporcionaba una visión
verdaderamente clara de los errores de la psicología clásica. Aunque fue
también crítico severo del psicoanálisis, por no haber logrado aniquilar lo que
él llamó la mitología de la psicología clásica, no obstante, señaló que la
verdadera psicología comenzaba con el psicoanálisis.
La verdadera psicología, afirmó, empieza a surgir de la
reflexión que establece el psicoanálisis. Según Politzer, de todas las
propuestas de psicología de la época, sólo el psicoanálisis ofrecía las
herramientas conceptuales para comprender la dramática del hombre (Politzer,
1978). El hecho decisivo a destacar es que esta transformación radical
que sufrió la psicología repercutió más allá de ella, convirtiendo a Freud en
fuente de inspiración para antropólogos (por ejemplo, para Franz Boas),
sociólogos (La Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, que intenta la
conjunción de la teoría marxiana con la de Freud), médicos (principalmente con
el surgimiento de la psicosomática), y hasta lingüistas. Foucault subraya que
está revolución que vivió las ciencias humanas, en la que se adoptaron nuevas
problemáticas de reflexión, nuevas relaciones de análisis con sus objetos de
estudio que antes no se consideraban, fue posible a partir del descubrimiento
del inconsciente, trayendo como consecuencia un efecto epistemológico escasamente
documentado por los historiadores de las ciencias: con los auspicios de este
constructo teórico, la psicología logró confiscar la mayor parte de los
dominios que cubrían las ciencias humanas, convirtiendo de una u otra
manera a éstas en ciencias de la psique, o mejor, en ciencias freudianas
(Foucault, 1998).
El yo-conciencia. Si se puede afirmar que la
doctrina psicoanalítica es la primera y más exitosa empresa de
desobjetivización de una disciplina científica en nuestra época, es porque la
iniciativa freudiana procedió a desmantelar varios de los petitio
principii de la psicología, especialmente los más fundamentales, como
el que proclama que todo lo psíquico es consciente. El derecho, la filosofía
moral, la psicología y otras disciplinas elaboraron variadas propuestas
teóricas desde el supuesto de que en el interior del hombre se asentaba
plenamente el poder iluminativo de la conciencia. Con las luces proporcionadas
por esta instancia psíquica, se estableció que el hombre tenía libre albedrio, y
por tanto, podía ordenar su modo de vida de acuerdo con los deseos que lo
animaban. Sin embargo, la obra de Sigmund Freud promulgó una doctrina que
señalaba que existían innumerables hechos que desmentían el primado absoluto
del Yo-consciencia en las actuaciones de las personas.
La comprobación de que la conciencia en sí misma, no
permitía explicar ni configurar los efectos patógenos de la enfermedad psíquica
fue una de las grandes razones que condujo a Freud al cuestionamiento de este
fenómeno primordial de lo anímico. “En sanos y en enfermos aparecen a
menudo actos psíquicos cuya explicación presupone otros actos de los que,
empero, la conciencia no es testigo” (Freud, “Conferencias de introducción al
psicoanálisis. La fijación al trauma, lo inconsciente”, pág. 163). Las
narraciones que hacían sus pacientes de una serie de circunstancias en sus
vidas que inducían la creencia en un destino aciago e ineludible, controvertía
radicalmente el supuesto de que las acciones realizadas por los individuos
emanaban de una razón consciente de los propósitos y fines que se pretendían
alcanzar.
Tras observar que los datos de la conciencia eran altamente
lagunosos, Freud concluyó que “el yo juega ahí el risible papel del
payaso de circo, quien con sus gestos, quiere mover a los espectadores a
convencerse de que todas las variaciones que van ocurriendo en la pista se
producen por efecto exclusivo de su voluntad” (Freud, Contribución a la
historia del movimiento psicoanalítico. pág. 52). De este modo, Freud
mostró que la conciencia era, al decir de Lacan, un efecto de superficie,
desmoronando la confianza que una época depositó en la conciencia como garante
del valor de verdad del conocimiento que se construía; “Podemos empezar
a comprender el papel de Freud en nuestra cultura concibiéndolo como el
moralista que contribuyó a desdivinizar el yo haciendo remontar la consciencia
a sus orígenes, situados en las contingencias de nuestra educación” (Rorty,
1991, pág. 40).
El padre: Durante siglos se estableció que el
padre, en su versión ideal, sabio, filósofo o santo, con su ley, sabiduría y
moral podía garantizar el primado de la justicia, la verdad y el bien público
en la sociedad. Según este punto de vista, la barbarie se producía cuando su
palabra justa no reinaba, cuando el mundo caótico de lo femenino, de lo
irracional, de lo animal tomaba el control del individuo o de la sociedad.
Aunque resulta indiscutible que algunas aseveraciones freudianas son producto
de esta perspectiva, no obstante, Freud, nietzscheano en su decir, ante todo
afirmó y desde el principio de su doctrina que la cura del malestar psíquico
del sujeto no tenía su posibilidad con el padre.
En oposición a lo que se creía, él era la causa de la
neurosis del individuo, una causalidad que Freud nombró como la Vateraetiologie.
Siguiendo este lineamiento, Freud cuestionó supuestos filosóficos milenarios
que hacían de la asunción de la ley moral paterna una condición para la virtud
del sujeto. Señaló que los mandatos de la conciencia moral del sujeto no
alejaban a los individuos de la maldad, sino que precisamente lo conducía a
caer en ella. Su conclusión al respecto resultaba paradójica por cuanto
indicaba que un aumento del sentimiento de culpabilidad conduce a las personas
a actuaciones en contra de la ley moral y jurídica, siendo por tanto este
sentimiento causa de actos delictivos, no su resultado (Freud, Los delincuentes
por sentimientos de culpa).
Para Freud, la vida en comunidad era factible sólo con la
muerte del padre. Como en el mito freudiano de la horda primitiva, la
“eliminación del padre” era condición sine qua non para que el sujeto hiciera
parte de sí las prohibiciones culturales, y si el sujeto pretendía adecuarse a
los requerimientos morales del buen padre sólo conseguía una actitud
enteramente desengañada con su propia conducta; al final de cuentas, decía
Freud, eran precisamente estas personas que habían llevado la santidad
más lejos las que se reprochaban a sí mismas con la peor maldad. De este
modo, la doctrina freudiana fue un duro cuestionamiento a la figura mítica del
padre, del que se sustrajo conclusiones para la crianza de los niños (Pipher,
2000), que Freud nunca señaló (La visualización de las pautas de crianza
de antaño como prácticas “traumatizadoras”; la magnificación de los errores de
los padres en la crianza de sus hijos y la consecuente culpabilización hacia
los padres de los errores de sus hijos; etc), pero que expresan el espíritu
crítico de su punto de vista con el padre.
El signo: Un cuarto mito que Freud contribuyó a
diluir es el del signo. En “Nietzsche, Freud, Marx”, Foucault asevera que
el principal objeto de intervención de la operación freudiana fue el signo.
Según Foucault, Marx, Freud y Nietzsche transformaron profundamente el espacio
de repartición en el que los signos podían ser signos (Foucault, 1969),
permitiendo a éste adquirir un inesperado régimen ontológico con el cual se
logra fundar una nueva hermenéutica (Foucault, 1969).
En esta nueva hermenéutica, la moderna, los signos son
concebidos como malévolos e hipócritas, pues son portadores de una máscara que
oculta, niega y justifica la «robisonada», «El juego de niños» que hay en
él. Esto es, su exterioridad, el carácter abierto que tiene, la infinitud
del mundo de interpretaciones en el que se encuentra inscrito. En
la hermenéutica moderna el signo carece de suppositum, el significado
original, la sustancia primera a la que el signo sería veladamente su
sustituto. Según Foucault, Freud fue uno de los principales autores
responsables de esta pérdida en el signo, proponiendo como objeto de la labor
exegética, una interpretación. Foucault recuerda que para Freud el fundamento
mismo del mundo psíquico del individuo son «fantasmas», que no eran otra cosa
que interpretaciones que los sujetos hacían de otras interpretaciones
(Foucault, 1969).
Freud entonces permitió comprender que los signos no
representan a la realidad y que su oscuridad no es debida a su inexpugnabilidad
sino a su astucia por engañar a los hombres, al hacerles creer que guardan un
lazo natural con lo que nombran. Esta ilusión, una vez revelada nos permitió
entender que como humanos estábamos imposibilitados a poder llegar a establecer
una plena diferencia entre lo que es la realidad y lo que es la apariencia,
dado que el objeto natural de la hermenéutica moderna es, en última instancia,
el sujeto (Foucault, 1969).
Conclusión
Los discernimientos de los autores mencionados en este
documento dejan cuando menos planteada la cuestión del papel que ha cumplido
Freud en nuestra cultura, y del sentido histórico que se le puede otorgar a
nuestra época, la moderna. Como quiera que se responda a la pregunta de qué es
la modernidad, varias líneas de pensamiento filosófico coinciden en señalar que
nuestro proyecto cultural actual se caracteriza por cuestionar y denunciar
cualquier enfoque teórico que intente captar el “es” de la realidad, lo que ha
conducido a que los pensadores contemporáneos, llámense como se llamen,
filósofos, científicos, intelectuales, se centren en indagar, no en la esencia
de la realidad humana, sino en el conjunto de decisiones ético-políticas que
han estructurado una forma de pensamiento hegemónico. Es desde este marco de
comprensión, que Sigmund Freud se convirtió en objeto de discusión
filosófica.
Una anotación final es necesario hacer: Foucault asegura que
toda obra filosófica contemporánea tiene a Hegel como su interlocutor. “…toda
nuestra época, bien sea por la lógica o por la epistemología, bien sea por Marx
o por Nietzsche, intenta escapar a Hegel” (Foucault, 2002, pág. 21).
Pues bien, si es licito suponer que Hegel es por antonomasia el interlocutor de
toda reflexión actual, debe indicarse que la exaltación que han hecho
Politzer, Ricouer, Foucault, Davidson, Bruner, Rorty y Habermas de la obra
freudiana tiene su razón de ser en las herramientas conceptuales que
brindaba su doctrina para sustraerse, en alguna medida, de la jaula hegeliana
en que se ha encerrado el pensamiento contemporáneo, sin desmerito de las
limitaciones que pueda tener el freudismo para constituirse en la vía de fuga
más eficaz al hegelismo.
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