¿El Sentido del Trabajo o “Trabajo Sin Sentido”?
Por: Ramon Chaux Puentes
Recibido: 07 de Septiembre de 2011
Ramón Chaux Puentes es Psicólogo egresado de la Universidad del Valle en la promoción de 1992.
Correo electrónico: raymond.chaux@gmail.com
Correo electrónico: raymond.chaux@gmail.com
Voy comenzar este pretendido artículo sobre el trabajo hablando sobre otro aspecto comúnmente asociado al mismo: El dinero.
¿Por
qué tipo de cosas está dispuesto usted a pagar su preciado y bien
sudado dinero? Para hacer más fácil la respuesta podría preguntar: ¿en
que gastó usted su último salario? Las respuestas típicas a lo mejor
sean como esta: “compré una camisa, invite a mi pareja a comer, compré
un regalo de cumpleaños, pagué los servicios públicos y puse gasolina al
carro... ah! Y pague el salario de la empleada de servicio y del señor
que pintó mi cuarto”.
Detrás
de todos estos “egresos” resulta muy notable y evidente que obtuvimos
un beneficio de todo lo que pagamos: disfrutamos con nuestra pareja,
obtuvimos derecho a luz, agua y teléfono y podemos lucir nuestra camisa
nueva. Y claro, disfrutamos con el apartamento limpio, la ropa planchada
y el cuarto pintado. Queda claro que el 99.99% de nuestro preciado
salario no lo gastamos si no tenemos una clara conciencia del beneficio
recibido.
Como
conclusión encontramos que la mayoría de los mortales no está dispuesta
a soltar un centavo a menos que el beneficio obtenido sea evidente o al
menos previsible o anhelado. Naturalmente se excluyen de aquí los
filántropos y dedicados a la caridad, que por cierto, presumo, no es el
suyo y tampoco mi caso.
Sin
embargo en el lado opuesto, no tenemos una clara conciencia de que al
comprar la camisa estamos contribuyendo al salario de la persona que
pegó los botones de nuestra camisa, a aquel que deshuesó el sabroso
pollo que degustamos en la cena con nuestra pareja y que también
aportamos al salario del inspector de teléfonos.
Hecho
este preámbulo, ahora si, hablemos del trabajo. Cierto día pregunte a
algunas personas de la empresa X sobre la naturaleza de su trabajo. Las
respuestas fueron como estas:
Una
secretaria: “La mayor parte del tiempo estoy contestando llamadas y la
restante haciendo cartas para mi Jefe”. Un Agente del Centro de
Contacto: “Respondo llamadas entrantes aunque a veces apoyo campañas de
llamadas salientes”. Un auxiliar de archivo: “Mi trabajo consiste en
digitar los números de radicación del archivo”. Otra persona de mayor
jerarquía dentro de la organización no halló otra mejor forma de
describir su trabajo que nombrar la denominación de su cargo: “¿Mi
trabajo? Soy psicóloga de selección”.
Si
bien no lo puedo asegurar con absoluta certeza, la naturaleza de estas
respuestas me deja entrever que estas personas no tienen claro los
beneficios que aportan a la organización de la manera tan clara como ven
los beneficios cuando son ellos los que invierten su dinero en un
servicio.
Si lo anterior no fuera cierto las respuestas pudieran haberse parecido a estas:
Secretaria:
“Mi trabajo consiste en garantizar la comunicación eficiente de mi
Jefe, facilitándole que se concentre en las decisiones importantes que
El tiene que tomar”. Agente de Centro de Contacto: “Ayudo a resolver las
inquietudes de al menos cien personas diarias y en ocasiones hago
llamadas que transmiten información importante a los usuarios”. Auxiliar
de Archivo: “Garantizo que la información de archivo quede ordenada de
manera que resulte fácil la consulta de toda la documentación de la
empresa”. Y por último nuestra amiga psicóloga no hubiera recurrido al
nombre de su cargo sino que habría aludido a que garantiza personas
idóneas y competentes para la organización.
Si
nos devolvemos un poco, ¿tendría tanta conciencia de lo que contribuyó a
mi felicidad aquel o aquella que pegó los botones de mi camisa? ¿Quien
deshuesó nuestro pollo se dio cuenta del placentero momento que disfrute
con la pareja? ¿Y quienes sudaron varias horas cavando el hoyo para
plantar el poste de teléfonos sabían la importancia que tiene para mí
ese hecho? Pues fueron tan importantes que fuimos capaces de
“desprendernos” del preciado dinero y de aportarlo para que al menos una
parte de lo que pagamos por esos beneficios se convierta en su salario.
Trabajo= Beneficio
Toda
acción humana que se llame trabajo ineludiblemente significa un
beneficio ajeno. No podemos pensar en ninguna actividad de “Trabajo” que
no conlleve una utilidad, un producto, un servicio o que reporte
dividendos o bienestar a otros seres. Si esta premisa no se cumple tal
vez la actividad que estamos desarrollando entonces no deba llamarse
trabajo.
Entonces,
¿por qué resulta tan frecuente que las personas no reconozcan, o al
menos no tengan tan claro que todas las actividades que desarrollan en
su día a día laboral es parte de un eslabón que finalmente conllevará
felicidad y bienestar a otros semejantes?
Si
logramos identificar y reconocer que nuestras acciones en el trabajo
deben por lo general estar orientadas todas a garantizar algún tipo de
servicio o beneficio entonces a lo mejor pierde sentido la famosa frase
de Marx sobre la alienación del trabajo. Si quien pega los botones de la
camisa tiene clara conciencia de nuestra felicidad al lucirla podemos
estar seguros de que hará mas motivado su trabajo e igual con los demás
ejemplos mencionados.
El
ser humano esta hecho para ser trascendente. No por capricho los
antropólogos han colocado la construcción de herramientas (y por tanto
el trabajo) como uno de las piezas fundamentales en la separación entre
lo animal y humano.
Nos
hemos preguntado acaso ¿por qué los magnates, con tanto dinero como
para que no se les acabe nunca sin privarse de ningún lujo, siguen
trabajando?
Más allá del dinero, mas allá de la necesidad de subsistir por un salario está, unas veces clara u otras veces escondida, la necesidad de ser importante y de ser reconocido por el servicio que prestamos, por nuestra profesión o por lo bien que hacemos tal o cual cosa.
Más allá del dinero, mas allá de la necesidad de subsistir por un salario está, unas veces clara u otras veces escondida, la necesidad de ser importante y de ser reconocido por el servicio que prestamos, por nuestra profesión o por lo bien que hacemos tal o cual cosa.
Así las cosas, resulta necesario replantear la forma como transmitimos
(o asumimos) nuestro trabajo diario. El albañil no pega ladrillos;
construye hogares. El motorista no conduce un bus; garantiza que cientos
de personas lleguen a un feliz destino de manera segura. Un médico no
recibe a un paciente; garantiza salud y una mejor calidad de vida. Un
Gerente no aprueba presupuestos, consolida recursos para que la
organización funcione eficientemente y así los ejemplos podrían ser
interminables.
Bajo
esta concepción, seguramente nos comprometeríamos más con el trabajo y
estaríamos más dispuestos a ir mas allá de nuestra propia
responsabilidad teniendo presente que mi función, por humilde y aislada
que parezca, al final aporta para que el beneficio, servicio o producto
conlleve la comodidad y la satisfacción esperada.
Se
ha preguntado usted al final del día ¿cual fue el beneficio aportado
como para justificar que sacrifique su descanso y se prive de jugar y
ver crecer sus hijos?
No
convendría preguntarse a cada tarea realizada, ¿cual es la parte que
estoy construyendo dentro de mi papel como trabajador y por ende, como
productor de beneficios?
Esas
cuatro horas de junta, dos horas en elaborar un acta, noventa minutos
leyendo y contestando correos y dos horas firmando documentos… ¿tienen
al final un claro propósito en la producción de bienestar?
Mi Experiencia: El Trabajo en “La Oficina”
A
medida que el trabajo es más operativo resulta mucho más fácil
identificarse con el resultado final. Los botones pegados, el pollo
correctamente deshuesado y el poste de teléfonos firmemente arraigado
son evidencias claras y concretas del aporte realizado a nuestra
satisfacción.
Dentro
de mi trabajo “de oficina” o mejor llamado “administrativo” no son
pocas las veces en que he vuelto a casa con la sensación de que no he
aportado mucho a la producción de bienestar. En los casos peores,
después de un sueño intranquilo y una mañana fría y lluviosa me ha
asaltado la sensación de la valía de sacrificar la calidez de mi morada y
enfrentar un trafico pesado para llegar a…para llegar a… ¿a producir
que? Hay que asistir a una reunión, tenemos pendiente una cita con
alguien y un informe que entregar. Pero ¿y cual es el bienestar que voy a
producir? ¿Cual es el sentido ultimo de las acciones que den consuelo a
mi cansancio, justifiquen mis ojeras y den aliento a mi desánimo?
Que
no entre el desaliento. Podemos empezar por proponernos al comienzo del
día un propósito útil para el mismo. Podremos preguntarnos antes de
cada acción cual es el propósito último y cual será el bienestar que
sobre otros habrá de recaer producto de nuestras acciones. Podremos
incluso preguntarnos: ¿estaría dispuesto a desprenderme de una suma
igual a mi salario para que otro haga lo que yo hago?
Si
no puede responder con un beneficio a cada acción en su trabajo, en
este ensayo hay un par de buenas pistas en la solución a este conflicto:
la confección de camisas y ayudantes de cocina siempre tienen más
puestos de trabajo que los oficios de oficina.
La Deseducación Colombiana: Todos Somos Culpables
Por: Luis Roberto Hernández Gómez
Recibido: 06 de Diciembre de 2011
Luis
Roberto Hernández Gómez es licenciado en Filosofía y Letras, Filólogo,
Psicólogo Clínico y Profesor Universitario. Correo electrónico:
buoriotlers@hotmail.com
El
título de este trabajo no es del autor sino de Jorge Leyva Durán quien
fuera hace algunos años Rector de la Universidad Católica de Colombia,
bajo el cual examina los pormenores de lo que el cree es la problemática
de la educación en Colombia, y que en todo caso coincide con mi forma
de pensar y entender esa problemática. Llama la atención el estilo
directo que emplea para formular una denuncia que más que eso representa
un estado de inconformidad y de preocupación, que debería ser el estado
natural de todo educador. Entonces me di a la tarea de encontrar por mi
cuenta otras causas probables que complementaran ese bosquejo que en su
momento pasó desapercibido como suelen pasar tantas cosas delante de
nuestros ojos en un mundo tan cambiante, cuya característica principal
es la celeridad sin el asombro por falta de espacio y de tiempo para
sorprenderse. Empieza Jorge Leyva Durán con esta reflexión: “hace poco
era común el comentario: ¡Qué dolor el país que le estamos dejando a
nuestros hijos! “Hoy hay una sentencia más grave, prosigue, ¡Qué dolor
la juventud que le estamos dejando al país!” Justamente al cambiar los
términos se transforma la realidad en una amenaza, no tanto para el país
que alude Leyva Durán, como para los mismos jóvenes aludidos. Esta
circunstancia por si sola debería cuando menos ser motivo de una
política de estado cuya preocupación ocupara un lugar predominante en el
plan de desarrollo educativo. Pero esto no ocurre porque la educación
no es predominante ni hay políticas de estado centradas en su promoción y
desarrollo. No se vislumbra por parte alguna el interés de fomentar una
educación de grandes alcances cuyas bondades transformadoras de los
espacios y los ambientes transfiera el espíritu cultural que enaltece a
los pueblos. Solo se percibe un estancamiento en todos los ámbitos
atribuible a la mezquindad política de los responsables de administrar
con eficacia los recursos humanos de un país que decae frente a los
inmensos retos que exige el espíritu de los tiempos. Falta imaginación
para encarar el futuro; se peca cuando se confunden los términos de la
realidad. Colegios, universidades, instituciones tecnológicas, edificios
y grandes aulas, volumen de personas buscando estratificar la
conciencia nacional, pero el resultado es mediocre. Nombres que avalan
el prestigio o desprestigio institucional, estudiantes que pertenecen al
prestigio o desprestigio del nombre institucional. Escisiones
clasistas, pronombres y medallas... Y la educación, como un ave negra
con las alas rotas. Nunca como ahora se encontró tanta simplicidad en la
compleja vida de los estudiantes. No todos, claro está, las excepciones
siguen siendo un referente, pero sí de la mayoría. La deseducación es
una impronta adquirida a punta de malos hábitos y del derrumbamiento de
la ética y los valores familiares. Nuestra cultura es una cultura de
tercera o para poner el término en palabras de Theodor W. Adorno, la
nuestra como parte de la industria cultural, “es una cultura de masas” o
como digo yo, un culto a la ignorancia masificada, sin importar qué tan
hábiles resulten los estudiantes a la hora de conectarse con el mundo
tecnológico, que entre otras cosas les ha usurpado los espacios de
socialización humana para llenarlos con espacios de socialización
cibernética, con el consabido resultado de asilamiento, depresión, y
soledad inspiradora de todas las desesperaciones.
Se
pueden aplicar infinitos enfoques psicológicos a la pedagogía moderna
para resarcir el algo el daño; se pueden cambiar los espacios físicos en
los que se “aprende”, se puede hacer eso y mucho más. Y el mal no se
erradicará, porque se priva de afecto a los jóvenes que reclaman una
familia, un lugar en el mundo que les facilite su evolución como seres
trascendentales. El problema de la educación y de los productos de esa
educación van más allá de los métodos y las innovaciones. “Si nos falta
el afecto humano, dice Marilyn Ferguson, enfermamos, nos asustamos, nos
ponemos hostiles, la falta de amor es un circuito roto, una pérdida de
orden. De nada sirven las estrategias para mejorar los métodos en la
educación si no se considera el amor como una asignatura de Arte mayor y
no como la consideran muchos hoy, como una asignatura de Arte inferior.
Si no se comprenden las razones de las necesidades las necesidades no
se pueden satisfacer. Si no se ataca el miedo de frente, el miedo
embestirá de lado y la sociedad arrogante entrenará maestros arrogantes,
desconocedores de que ya no es tan importante encorvarse bajo el peso
de los títulos. “La profesionalidad, los diplomas colgados en la pared,
está decayendo en cuanto símbolo de autoridad. El amor es el poder más
irresistible del universo. Cuidados amorosos: eso es en lo que consiste
toda curación”. Y la nuestra, nuestra sociedad está enferma, agónica por
falta de tolerancia que es la manera educada como se presenta el amor
en sociedad.
Al
respecto dice Raymond Williams: Podemos describir en serie todos estos
métodos, pero la mayoría de las preguntas realmente interesantes solo
surgirán cuando llegáramos a reunir los resultados o más probablemente,
al mover los resultados de todo; alrededor de la proposición, por
ejemplo, de que el debate de la educación, no es solamente un suceso
cultural sino también un suceso político, y de que la forma cultural
implica muchas relaciones explicitas y ocultas que no hemos comprendido
plenamente en el Tercer Mundo.
Para
tratar de comprender el fenómeno es preciso someter a la apreciación
del estado la situación precaria en la que se encuentra la educación en
todos sus niveles, siendo tal vez el más los más graves los de la
primaria y secundaria que es de donde se extrae más tarde como una
revelación los problemas inherentes a su falta de calidad. Si nos
preguntamos ahora, cuál es el camino a seguir, solo podríamos atinar a
responder, el único posible: entender que un pueblo sin educación es un
pueblo sumiso. Que un pueblo con universidades y colegios y centros de
acopio del conocimiento no es ni de lejos un pueblo ilustrado sino más
bien un pueblo que negocia con las necesidades y los sueños de los
demás. y la visión de un panorama semejante nos acerca a lo que
verdaderamente conocemos como nuestra realidad.
“Nuestra
realidad, afirma Leyva Durán, es vergonzosa: delincuencia, sicariato,
pandillismo violento, droga, aborto, promiscuidad, apatía, incapacidad
de reflexión, ignorancia, facilismo, consumismo, atonía moral, suicidio,
prostitución, alcoholismo...” ¿Y qué otra cosa se podía esperar de una
sociedad que hemos formado en el abandono y la indiferencia. La falta de
una caricia puede ser tan peligrosa como el concepto del castigo laxo.
No maltratar físicamente, ahora se estila maltratar psicológicamente. La
negación de un beso, el rechazo rampante del padre o de la madre a su
hijo porque están cansados del trabajo o del hijo, es causa suficiente
para el desgano intelectual, para la apatía, para el “qué me importa la
vida”. Y esta de moda el estilo, y abundan las deserciones escolares y
abundan los suicidios impunes, y buscamos las causas como al ahogado,
río arriba. Y pretendemos que el sistema educativo resuelva el problema,
o que la psicología patológica, entienda el asunto, y el asunto no se
entiende, porque no es un asunto de educación o de enfermedad sino un
complejo problema de afecto que ataca como una pandemia a la sociedad
entera.
Parece
probable que el término educación no se correlacione adecuadamente con
el término superior. Una educación superior es aquella que vence
paradigmas cuestionados y anima al cambio, liberando y exhortando el
rigor intelectual y el valor personal en cuanto integra el saber en la
propia vida de los educandos y en el progreso de los pueblos. Siempre me
han llamado la atención los niños tímidos, los niños retraídos que van
al colegio o a la universidad, los niños maltratados, los niños
disortográficos, los analfabetas con bolsos universitarios en los cuales
cargan completa la historia de su miseria. Niños no con expectativas ni
curiosidad por aprender la ciencia sino con miedo. El mismo que los
empequeñece y los inutiliza para crear espacios de crecimiento y en
cambio crea más armas defensivas que son como frenos que no los dejan
progresar. Roque Casas se refiere a este aspecto del rasgo individual
como un fracaso de la educación en general. “Ese miedo, dice, hace que
la inicial actitud del niño sea de rechazo a cuanto le rodea, de
repulsión al medio, de fuga temerosa hacia su propio centro. Por eso
repudia por igual al hombre, al animal o las cosas, sin distinción
alguna. Me parece, dice, que cuando se acerca a é constituye un peligro
para su integridad y rechaza con igual temor lo bello que lo feo, lo
grande que lo pequeño, lo inofensivo que lo peligroso. Todo eso entraña
para sí motivo de recelo. Le profesa honda desconfianza a cuanto se le
acerca, incluso a la caricia extraña, al juguete nuevo, al grito
repentino, al ruido inesperado, a la expresión natural de los animales,
al árbol, o al objeto que se mueve, en fin a todo aquello que no le sea
común. Nada le inspira confianza. Ignora la familiaridad. Esto quiere
decir que el instinto de conservación domina su psiquismo. Su defensa es
la desconfianza, la huída, el escondite. Sus incipientes placeres se
reducen a simples compensaciones nutritivas, térmicas o soporíferas. Por
eso carece de fuerzas atractivas que le sirvan de defensa.
La
violencia tiene su antecedente en todo esto. La industria cultural
nunca será educación. La educación nunca será la industria cultural.
Vender educación no es educar. Educar no es vender educación, es un acto
de amor, de compasión. La vocación silenciosa de la esperanza.
2. No preguntes si estoy vivo o si estoy muerto porque no estoy ninguna de las dos cosas.
El
interés profundo que la educación tiene para el educador consiste en
sus extraordinarias anticipaciones. Los problemas del mundo se deben a
faltas relacionadas con la educación. La violencia no es sino
incomprensión y la incomprensión es el antagonismo que surge entre las
ideas y el poder que hace prevalecer las unas sobre las otras. Están tan
necesitados de educación en la comunicación más los padres que los
hijos. Y sin aquellos falta en estos no se nota.
“Estoy
cansado o cansada, ve a dormir o a ver televisión, llama a algún amigo o
amiga y ve a divertirte”. Esa es la comunicación del déjame en paz. Del
desaparece de mi vista y no me importa lo que hagas. En consecuencia la
respuesta es la violencia que confirma sin estropicios el enorme
desprecio que crece entre los que deberían formar y los que deberían
estar agradecidos por ser formados en el calor del hogar, que como dice
Marilyn Ferguson, “el hogar, la familia es ese clima de querer volver a
casa”. ¿Pero quién quiere hoy volver a casa cuando ese clima está
enrarecido por la indiferencia? Hoy en día eso no pasa. Los jóvenes no
quieren volver a casa y a algunos padres poco o nada les interesa que lo
hagan. Se están formando corrillos en las esquinas, se están formando
pandillas en los rincones más oscuros de las calles en los barrios y en
los parques y en las casas de esos barrios donde la fantasía de la vida
es riesgo animado por el consumo de sustancias psicoactivas que cumplen
su papel amamantador de estimulantes familiares para la vida en pleno
proceso de descomposición. Y no importa el estrato. La moda es,
abandonar todos los apegos, para que se cumpla la premisa: hogares de
uno, soledad de todos. Sociedad en decadencia, miseria y hartazgo;
educación en crisis, deseducación y culpa de todos.
3. Si se quiere cambiar la educación, primero hay que cambiar a los educadores.
La
preocupación ya señalada de la crisis de la educación tiene cuando
menos dos aspectos que se integran para conformar un solo problema.
“Los maestros enseñan pero no educan” y los pupilos así deseducados
huyen de toda responsabilidad social sin ocultar la vastedad de su
inconsciente irresponsabilidad. Me lo dijo un niño de apenas catorce
años: “A mí si me gusta estudiar, lo que no entiendo es para qué es que
estudio tantas cosas inútiles”. “A uno deberían enseñarle a vivir
primero para entender la vida después y darle al estudio alguna
justificación práctica”. Y tiene razón desde mi punto de vista. Da pena
ver en las madrugadas en casi todas las principales ciudades que suman
las carencias del Tercermundismo a niños de edades escasas, todavía
expectantes en la línea divisoria entre el cielo y el infierno,
encorvados por el peso de tantas cosas inútiles con la excusa de que van
a estudiar y necesitan probarlo por medio los libros, las reglas, los
cuadernos, los lápices y los esferos. En realidad van muy seguramente a
perder desde muy temprano su instinto creativo, a distorsionar sus
naturales fantasías ante la necesidad que tienen los padres de trabajar y
liberarse de ellos todo un día. En esos lugares donde al primer horror
se llama, de mil maneras “Mi primera aventurita”, “Mi encuentro con el
dragón”, “Los genios del mañana” y cosas absurdas por el estilo, se los
separa abruptamente de su mundo blanco y limpio donde las fantasías
ocupan el primer lugar, y se les impone un mundo ajeno, pervertido donde
las mentiras y la violencia constituyen todos los lugares; la entrada
a una realidad cuya única verdad es que no hay verdades. Y en donde la
seguridad es amenaza y coacción. Se inventan tantas cosas para
desinventar su mundo en aras de educarlos para la vida, para
transmitirles los valores de la cultura. Pero quienes así lo hacen
desconocen los valores humanos que son los únicos valores de la cultura.
Someto a consideración el comentario que hace sobre ese particular
Algirdas Julien Greimas, “Cabe afirmar sin paradoja que, desde el punto
de vista de la formación cultura, las aventuras de Pinocho desempeñan en
Italia y otros lugares un papel mucho más importante que decenas de
miles de profesores, ya que estas aventuras __ y lo ha demostrado
admirablemente mi joven colega Paolo Fabbri, son un medio, un medio
excelente para el aprendizaje de las estructuras sociales.
Inconscientemente al ver a actuar a Pinocho, el niño aprende el
mecanismo y el funcionamiento de las estructuras sociales e integra,
aceptándolos los sistemas de valores subyacentes, en forma de ideología,
en tales relatos”.
Ciertamente
habría que revisar en nuestro sistema educativo si aún esos relatos
constituyen un aspecto importante capaz de mantener viva la gigantesca
imaginación de los niños que van a la escuela. Que al decir de algunos
de ellos son prisiones, que a mi parecer limitan la creación mágica de
la primera infancia y alteran la ilusión latente en todas las demás
etapas de la vida.
Podría
decirse que por este medio se desconoce de facto la naturaleza de la
inteligencia infantil, sometiéndola a excesos innecesarios con el
propósito de trastocar la enseñanza y cobrar por perturbar el ingenio
natural con el que viene provista y que no es otro diferente del de la
fantasía y la creatividad. Leer a Pinocho o cualquier personaje de los
cuentos de la literatura infantil es defenderlos de vicios y defectos.
Permitirles desarrollar sus capacidades lúdicas en un ambiente sano, es
sembrar las semillas de una sociedad igualmente sana. Aprenderían entre
otras cosas, a leer, a expresar sus emociones y a ser críticos desde
edades muy tempranas, a disfrutar de la vida descubriendo los peligros y
los hechos amenazantes. Y no tendrían para ello que levantarlos de
madrugada.
4. Leer y no comprender es no saber leer ni comprender en dónde reside el problema
Resulta
paradójico transcribir un código lingüístico sin poder extraer la
sustancia que yace en su interior. Es como tener dinero suficiente para
resolver los problemas de la vida encerrado en una caja de caudales de
la que solo nosotros poseemos la clave y haber perdido la memoria y
morirse lentamente aferrado al recuerdo de las imágenes de los billetes
en su propia casa. Las metodologías novedosas para enseñar a leer, ni
son novedosas ni enseñan a leer. “Pura industria cultural”. Aprender a
leer es lo mismo que aprender a contar historias. Es construir sobre lo
leído una versión propia. Transcribirla en el papel o a través de las
palabras y aprender a ver en la superficie los elementos de la
profundidad. Es desarrollar la habilidad de comunicar las ideas para
mejorar la calidad de vida al tiempo que se mejora y se enriquece el
lenguaje y la ortografía. Enseñar a pensar comienza con el enseñar a
escribir. El fin principal de esta faena es no depender de la fuerza
bruta de los hechos, frente a la debilidad insana de las razones. Está
bien que vivamos en un siglo de avances tecnológicos que superan
cualquier expectativa y en los que los jóvenes de hoy son expertos en el
arte de manipularlos. Es solo que debemos escudriñar en los métodos de
aprendizaje para mejorar la interacción familiar y social, pues dadas
las características de los nuevos sistemas pedagógicos, la consecuencia
inmediata es el aislamiento y el empobrecimiento de la vida emocional.
Para
cumplir con esta tarea se precisan cambios en el nivel de la
consciencia del maestro, del guía, del educador. No simplemente cambios
curriculares, sino cambios en el nivel de humanidad; cambios en las
relaciones docente-dicente, que prevengan los excesos de vulnerabilidad
cuyos resultados saltan a la vista: pequeños genios analfabetas con el
lastre de la indiferencia haciéndoles sombra, capaces de resolver
problemas en la interacción con los aparatos pero indefensos frente a
los verdaderos problemas de la vida.
Se
precisan además cambios en la comprensión de los roles que ahora cumple
la familia en la cooperación con la escuela o la universidad. La unión
de las fuerzas alcanzará los objetivos más pronto que unos y otros
separados por los criterios y los perjuicios.
Lograr
que el país cambie es por principio lograr encaminar a la juventud,
para que le preste un servicio a la sociedad mañana y no para que la
sociedad los encuentre fuera de orden. Prevenir para el desarrollo del
talento humano es una meritoria obligación de padres y maestros. Tal vez
de esa manera se prevenga lo que para Leyva Durán es una constante
preocupación. “Claro está, dice él, que quedan niños y jóvenes que van
bien, aunque cada día estos son menos. Lo triste del cuadro es que no se
ve que se estén tomando las medidas proporcionales a las dimensiones y
gravedad del mal. Pareciera que como las consecuencias de una generación
perdida de niños y jóvenes solo se ve diez o veinte años después, el
tema se puede”poner en el refrigerador” indefinidamente”. Pero el
refrigerador ha estallado varias veces ya con otras generaciones
confundidas y víctimas también del mal que engendró la sociedad décadas
atrás. Los hechos hablan por si mismos: aumentó el número de
drogadictos, los índices de suicidios crecen alarmantemente, la
delincuencia infantil y juvenil compite con las bandas delincuenciales
de viejos ladronzuelos desadaptados. La deshonestidad y la viveza se
juntaron con la astucia y hoy nadie está seguro ni en las calles ni en
las nubes. Hoy la probabilidad de morir en la calle es una amenaza
real; se mueven las personas esquivando las balas y los asaltos. Se mata
a fuego, a hierro o a palos. Se raptan niños, se botan niños, se venden
niños, se abortan niños, se violan niños, se descompone y hiede la
especie. Hoy la honestidad es una virtud en extinción. Los honestos se
están cuestionando todos los días si sirve de algo mantener esa conducta
y sufren anticipando la respuesta. Hoy la gente lo piensa más aunque la
mayoría de la gente no piense. La urgencia de sobresalir al precio que
sea tienta a los más jóvenes, a los más viejos, a todos. Quienes desean
alcanzar las estrellas hunden sus pies en el lodo más espeso sin
inmutarse.... No hay duda de que existe esta situación en el país, en el
mundo. Pero tampoco hay duda de que poco o nada se está haciendo para
remediar el problema, simplemente el problema ya está y tiene su propia
dinámica. Absorbió todos los estamentos y permeó la familia que,
víctima también de los vientos del cambio, se ha venido desmoronando
como un castillo de arena azotado por la agresividad de las olas de un
mar cuya naturaleza primordial es la ignorancia... “La verdad,
contraataca Leyva Durán, es que “el país que les estamos dejando a los
jóvenes es el resultado, en gran medida, de la mediocridad de la
educación que nosotros mismos recibimos. En mi época pasábamos las
materias y los años con promedios de tres. La meta de muchos era el
tres. Hoy, nuestra pobre Colombia es un país de TRES en todo: política,
industria, comercio, valores, deportes, infraestructuras. Claro está que
aún hay personajes, actividades y empresas de cinco.
__¿En qué consistirá el problema, y desde cuándo nos enfrentamos a él? se me ocurre interrogar a Leyva Durán?
__
“El problema radica en que la educación ha sido la cenicienta de
políticos, ideólogos, negociantes... quién sabe desde cuándo. Y no me
refiero a esos MAESTROS que le han dedicado su vida a su vocación a
pesar de sus sueldos ridículos”.
Por
lo visto, digo yo, el panorama no es bueno y la esperanza de resolver
problemas queda relegado a la escuela que no a la familia pues esta
delega esa responsabilidad en quienes sostienen que podrán educar a los
hijos de forma adecuada para una vida feliz... pero para que ello
ocurra, es imperioso elevar los niveles de exigencia con miras a
encontrar calidad en la formación académica. ¿Cómo lograrlo?, interrogo
de nuevo.
__La
excelencia académica como propósito nacional, el forjar una libertad
económica, la madurez intelectual, social y moral, la formación de
lideres íntegros y magnánimos, una cultura de trabajo, de competitividad
y de previsión... no se ven por ningún lado en las propuestas
curriculares del Ministerio de Educación, hace muchísimos años.
4. Solo hay dos cosas las excusas y los resultados y las primeras no cuentan
De
cualquier modo en esta sociedad que hemos construidos con mendrugos de
mentiras, las excusas abundan por todas partes, y eso demuestra el nivel
de desarrollo que hemos alcanzado en un mundo que se dirige a contra
vía de donde nosotros creemos estar dirigiéndonos.
“Si
no enseñamos ni aprendemos, no podemos estar despiertos ni estar vivos.
Aprender no es solamente algo semejante a la salud, sino que es la
salud misma”. Vistas las cosas en esta perspectiva, nuestro problema de
educación es un problema de salud pública. Solo hay que mirar alrededor
para hallarse sumido en un océano de mediocridad en cuya superficie se
contamina el espíritu de los tiempos. Mundo rarificado por el predominio
de las imágenes; imágenes vacías que construyen el enorme abismo entre
la necesidad de ser y la imposibilidad de lograrlo. Vivir la vida por
pedacitos, puede ser “una aventura decisiva”, pero en todo caso no
supera la restricción del vivir sin esperanzas. Para que los objetivos
de la educación cambien es preciso que cambie la interpretación de la
realidad social de la juventud que marcha a paso lento porque no es
necesario ir un tanto más rápido. Salvo unos pocos, los jóvenes de hoy,
carecen de proyecciones legítimas. Asumen la vida sin entusiasmo. Van
porque ir es la moda pero desconocen su destino. Y la incertidumbre de
sus vidas es solo confusión que aturde y socava sus verdaderas
capacidades, sus talentos. La educación por su parte no resuelve ninguno
de sus problemas inmediatos, como son el amor y la seguridad familiar.
“Si el propósito de la educación es conseguir que la sociedad cambie, es
importante no empujarla ni tirar de ella, sino simplemente caminar a su
lado”.
5. Si la vida es lo que hacemos y lo que hacemos está mal, la vida entonces es un fraude
El
estilo cognitivo del siglo es vive ahora, el presente es lo que
importa. El mañana pasó ayer y por tanto es estúpido planearlo.
“Si
la vida es sexo, drogas, rechazo, búsqueda del que busca, la vida cobra
sentido en la medida en que pierde inspiración”. Esa declaración se la
escuché decir a un muchacho que pretendía entender el mundo huyendo de
él. Estaba en una institución donde recibía tratamiento por su
dependencia a las drogas, al alcoholismo y no sé a cuántos vicios más.
Pero esa “búsqueda del que busca” se orienta por mal camino. No son las
drogas, ni el sexo, ni lo que rodee a los jóvenes de hoy: los amigos y
los enemigos, la guerra y la paz: es la falta de afecto, la crisis de la
educación no es de la educación, es una crisis de amor. La crisis del
siglo no es una crisis política, es una crisis de amor. La guerra es la
demostración fehaciente de que no hay paz interior y mientras esto no
ocurra alguien matará a alguien que quería matar a otro para encontrarse
a si mismo en medio de la incertidumbre de la soledad.
Así
las cosas, no es necesario buscar responsables en la escuela, ni en la
universidad, ni en las oficinas donde se pule con total armonía el odio a
los semejantes, es preciso buscarlo en el corazón de cada cual, es
atribuirle a la imaginación la posibilidad de hallar una respuesta al
conflicto del planeta. Es abrumador encontrarnos con que una gran parte
de la población trabaja para enriquecer los abdómenes prominentes de
quienes se preocupan por envilecer el trabajo de los muertos de hambre.
Hay que ver con cuanta profusión aumenta el desempleo. Hay que mirar de
frente la curva que indica la magnitud del hecho entre los que delinquen
para sobrevivir. Y los que se educan para delinquir…
No hay comentarios:
Publicar un comentario